Agua, luz, vida

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consuelo

Uy, qué chiquita está la Lectura de hoy', recuerdo haberle comentado a mi mamá un día, cuando yo era chica y estaba hojeando el Misalito mensual antes de ir a Misa. Ella me respondió algo que me llamó la atención y se me quedó grabado: 'lo que cuenta no es lo largo sino lo sustancioso'.
 
Recordé sus palabras hoy en que dentro del Evangelio que se proclama este domingo en Misa viene lo que es considerado el versículo más breve de toda la Biblia, pero ¡qué sustancioso! ¿Sabes cuál es? "Jesús lloró" (Jn 11, 35).
 
¡Qué conmovedor resulta descubrir al Señor tan humano que se emociona, que se entristece, que es capaz de llorar por la muerte del amigo, que se deja contagiar por el dolor de sus seres queridos!
 
Alguien podría preguntarse: '¿pero por qué lloró si ya sabía que lo iba a revivir?'.
 
Podrían darse dos respuestas a esto; la primera la ofrece San Juan: "porque los amaba" (ver Jn 11,5).
 
La segunda, se deduce porque el evangelista dice que antes de llorar "se turbó profundamente en su interior" (Jn 11, 33), y en el original emplea un verbo que significa algo así como un estremecimiento de ira. ¿Cómo entender esto? Como una reacción lógica de Jesús ante el poder destructivo de la muerte. Recordemos que ésta es Su enemiga y que Él vino a vencerla.
 
No es de extrañar que le enoje que el hombre creado por Él sea destruido. Se descubre que la razón por la que aceptó encarnarse, por la que quiso venir a compartir nuestra condición humana no fue nada más la obediencia al Padre, que desde luego lo fue, sino el amor infinito que siente por nosotros y Su deseo de rescatarnos del pecado y de la muerte.
 
Qué consolador resulta comprobar que no le somos indiferentes a nuestro Dios, que si ha querido hacerse hombre es porque le importamos, porque nuestros dolores le duelen, nuestras angustias lo preocupan, nuestros asuntos le interesan. Y para ofrecernos consuelo, respuesta, esperanza se hizo cercano, y ¡de qué modo!
 
En estos tres últimos domingos, antes del próximo Domingo de Ramos, se han proclamado en Misa tres pasajes tomados del Evangelio según San Juan que vistos en conjunto resultan muy significativos porque en los tres Jesús da a conocer algo fundamental de Sí mismo que muestra el modo extraordinario como ha respondido a nuestra más honda necesidad.
 
Hace quince días, junto a un pozo, se reveló como Agua Viva.
Todos tenemos sed, ¿cuál es la tuya?, ¿de qué tienes sed?, ¿de compañía?, ¿de que te amen sin condiciones?, ¿de que te acepten como eres? ¿De qué tienes sed?, ¿de que te comprendan sin juzgarte?, ¿de que te perdonen tus caídas, tus errores, aquello que quizá sientes que no tiene perdón? ¿De qué tienes sed? El Señor te invita a poner tu cántaro en Sus manos porque sólo Él puede saciarla.
 
Hace ocho días Jesús se reveló como Luz del mundo, como Aquel que puede no sólo devolverte la vista sino iluminar tu camino.
¿En qué ceguera has estado viviendo, en qué tiniebla? ¿Qué quisieras ser capaz de ver?, ¿el rostro de otros como hermanos y no como enemigos?, ¿el camino por donde debes ir para ya no andar dando vueltas y vueltas por esas sendas falsas que sólo te desgastan y extravían? ¿la belleza de una realidad que quizá hasta ahora te ha parecido sin sentido y gris? ¿Qué quisieras poder ver? ¿La mano que el Señor no ha dejado de tender hacia ti para ayudarte a no tropezar o a levantarte si has caído? El Señor se reveló como el Único que puede abrir tus ojos para que ya no vayas a tientas y a golpes por la existencia sino puedas mirar por dónde vas y avanzar con el paso firme y alegre de quienes han dejado atrás la oscuridad.
 
Hoy el Señor se revela como la Resurrección, como Aquel que es capaz de remediar lo que parecía irremediable y abrirle una salida a todo sepulcro.
Si has perdido un ser querido al que extrañas terriblemente y al que querrías volver a ver, si te atormenta el miedo de morir, si has pensado que después de este mundo ya no hay nada, el Señor te anima a comprender que si Él fue capaz de devolverle la vida a Lázaro tiene el poder de hacer mucho más por ti y por los tuyos: resucitarlos para la vida eterna, invitarlos a una vida nueva que no tenga final y en la que ya no habrá dolor ni llanto ni injusticia ni nada de lo que nos agobia en este mundo.
 
Dice Jesús: "El que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en Mí, no morirá para siempre. Crees tú esto?" (Jn 11, 25-26).
 
No cabe más que responder con un gozoso ¡sí! y sentir que se renueva nuestra energía para aprovechar estos últimos días cuaresmales como un tiempo privilegiado para prepararnos a ir a Su encuentro a saciar nuestra sed más profunda, recobrar la luz de los ojos y la esperanza en el corazón. Y ya sabemos que nuestros pasos nos llevarán a acompañarle al cenáculo, al Huerto de los Olivos, al Calvario, a la cruz y a un sepulcro de roca, pero sabemos también que no todo terminará allí: el manantial de Aquel que es Agua Viva no se agotará; el resplandor de Aquel que es Luz del Mundo no se extinguirá; Aquel que es Dueño de la Vida no será derrotado por la muerte.
 
(Del libro de Alejandra Ma.Sosa E, ‘Caminar sobre las aguas’, col. La Palabra ilumina tu vida’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 59, disponible en amazon).

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