Con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo

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“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”

Es una fórmula que los católicos oímos y decimos miles de veces a lo largo de nuestra vida. Por ejemplo, la escuchamos cuando alguien recibe el Bautismo; la empleamos cuando nos signamos, trazando con la mano derecha una cruz que va de frente a pecho y del hombro izquierdo al derecho. La decimos al inicio de la Misa y acompaña la bendición al final.
 
Y en este domingo en que la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad, se proclama en Misa el Evangelio según san Mateo (ver Mt 28, 16-20), en el que leemos que Jesús envía a Sus apóstoles a hacer discípulos Suyos a todos los pueblos, “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
 
Aprendimos en el catecismo desde chiquitos, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son tres Personas distintas, pero un solo Dios. Lo creemos y lo reafirmamos cada vez que recitamos el Credo. La pregunta es: nuestra fe en la Santísima Trinidad, ¿incide en nuestra vida cotidiana? Debido a nuestra fe en las tres Divinas Personas ¿vivimos de manera distinta a quienes no comparten esta fe, sea porque crean que sólo existe Dios Padre, crean en incontables dioses o en ninguno?
 
Nuestra fe en la Santísima Trinidad no puede limitarse a ser un conocimiento intelectual que en nada afecta la manera como vivimos. Creemos en un Dios que es comunidad, que es dinamismo de amor, que es amor que se comunica. Eso necesariamente debe incidir en el modo como nos sentimos y como nos relacionamos con Él y con los demás.
Nuestra fe en Dios Padre nos permite sentirnos hijos muy amados; sabernos siempre en Sus manos, arropados por Su cuidado paternal, descansar confiados en Su sabia Providencia, y ver a nuestros semejantes como hermanos.
 
Nuestra fe en Dios Hijo, nos permite ir por la vida tomados de Su mano, encontrarnos con Él en los Sacramentos; recibir Su abrazo de perdón y Su ayuda para no volver a pecar; escuchar Su Palabra; recibirlo en la Eucaristía, entablar con Él una relación íntima, personal, de amistad, que nos libre de la soledad, que nos dé una alegría que nadie nos puede arrebatar y nos mueva a comunicarlo a los hermanos, para encaminarnos todos juntos hacia la santidad.
 
Nuestra fe en Dios Espíritu Santo, nos permite contar con que Él guía a la Iglesia a la Verdad; nos ilumina, nos recuerda lo que dijo Jesús, es nuestro Abogado, nuestro Consolador, intercede por nosotros, que no sabemos pedir lo que nos conviene, y nos da los dones y carismas que necesitamos a cada instante para vivir cristianamente, superar las dificultades, edificar en nuestro mundo el Reino de Dios.
 
Creer en la Santísima Trinidad va mucho más allá de afirmar Su existencia, implica entrar en Su comunión de amor y mantener la gozosa conciencia de Su presencia en nuestra vida; participar de la comunidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; vivirla, agradecerla, disfrutarla, compartirla...
 

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