Derecho a la misericordia

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“Cuanto mayor es el pecador, mayor es el derecho que tiene a Mi misericordia” (Diario #723).
“Cuanto mayor es la miseria de un alma, mayor es su derecho a mi misericordia” (Diario # 1182).

Esto lo afirmó Jesús, en revelación privada a santa Faustina Kowalska, la cual la registró en su diario (estupendo libro que conviene leer y releer).
¿Qué significan esas frases?, ¿son acaso una invitación a ser muy pecadores para poder obtener así mucha misericordia? Claro que no. Jesús jamás nos animaría a pecar. Recordemos que los Evangelios narran que siempre le decía a los pecadores: “Vete y no peques más” (ver, por ejemplo: Jn 5, 14; 8, 11).
Entonces, ¿qué quiere decir?
Para entenderlo primero tenemos que tener claro qué significa ‘misericordia’. La palabra está formada por otras dos: ‘miseria’ y ‘corazón’.
La primera, miseria, no debe ser entendida como la entiende el mundo, como falta de dinero, sino en un sentido espiritual. Nuestras miserias son nuestros pecados, aquello que es contrario a la voluntad de Dios, aquello en lo que caemos y nos avergüenza.
La segunda, corazón, se refiere a poner el corazón en la miseria, es decir, amar a la persona con todo y sus miserias, amarla sin criticarla, sin despreciarla, sin condenarla, aunque tenga muchos defectos, muchos malos hábitos, aunque sea muy pecadora.
Es evidente que para que haya misericordia, primero tiene que haber miseria, y que ante poca miseria se requiere poca misericordia, pero ante mucha miseria se requiere mucha misericordia.
Se entiende entonces que Jesús diga que mientras más pecadora sea una persona más derecho tiene a Su misericordia. Pero queda una duda, ¿qué no la misericordia es un don de Dios, un regalo que da gratuitamente?, ¿cómo puede entonces decir que alguien tiene ‘derecho’ a ella? Es que quiere darnos a entender que Él juzga al revés de nosotros, que solemos pensar que tenemos derecho a algo cuando hacemos méritos, cuando nos hemos esforzado por ganarlo, y entonces nos atrevemos a exigirlo. Jesús quiere expresar que Él actúa de manera opuesta, y que cuando no tenemos ningún mérito, nada de qué presumir, cuando más bajo hemos caído, cuando nos sentimos tan avergonzados de nuestros pecados que no nos atrevemos ni a levantar la mirada (ver Lc 18, 13), y sabemos que no tenemos derecho a exigir nada, Él nos da el derecho a Su misericordia; está dispuesto a comprendernos, a perdonarnos, a acogernos.
Jesús quiere que tengamos claro que nunca debemos sentir que hemos hecho algo tan malo o nos hemos apartado tanto tiempo de Él, que ya no tenemos remedio. Todo lo contrario, siempre podemos confiar que nos espera con los brazos abiertos.
En este Segundo Domingo de Pascua, en que la Iglesia celebra la Fiesta de la Divina Misericordia (solicitada por Jesús a santa Faustina e instituida en el año 2000 por san Papa Juan Pablo II), es significativo que el Evangelio narra el momento en que Jesús instituyó el Sacramento de la Confesión (ver Jn 20, 19-31), cuando dio a Sus discípulos el poder de perdonar pecados (pero no el de adivinarlos, por eso es que debemos confesarlos). ¡Qué bendición que tengamos la posibilidad de recibir la misericordia divina a través de quien en nombre de Jesús nos escucha, nos aconseja, nos perdona y reorienta nuestros pasos en la dirección correcta!
¿Tenemos derecho a la misericordia? Pues ¡vámonos derecho a obtenerla! En especial en esta Fiesta, en que Jesús prometió que obtendrán el más completo perdón, quienes se confiesen y reciban la Santa Comunión.” (Diario # 1109).

Publicado en la página 2 de la edición impresa de ‘Desde la Fe’.

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