Veo rostros de dolor, niños odiando niños, jóvenes dispuestos a dar la vida por una ideología o simplemente por poder, adultos en pie de guerra y ancianos queriendo enfrentar al enemigo.
Rasgos de hambre, desesperanza, angustia y desilusión.
El odio se transpira, el ansia de riqueza y avaricia es lo que impulsa el desequilibrio interior.
La política en todas sus versiones no es más que la apariencia de lo que verdaderamente se esconde, los perdedores y ganadores con banderas diferentes y la aniquilación del ser humano para alcanzar sus intereses.
Guerras, hambre, escasez y muerte.
¿Jamás comprenderemos? Cada vez nos acercamos a un final desastroso, acabaremos con nosotros mismos y no somos capaces de verlo, nos destruimos y destruimos.
Nuestra ceguera nos impide ver la belleza de este lugar, la abundancia y generosidad de la naturaleza y de sus habitantes. Se ignora la parte espiritual ya que es intangible, porque para desarrollarla se requiere esfuerzo, disciplina, bondad y fe.
Somos complejos y difícil de satisfacer, no todos estamos dispuestos a recibir, vivir y comprender el amor de Dios.
“Yo he venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no ven y para los que ven se queden ciegos. Al oír esto, algunos fariseos le preguntaron:
- ¿Acaso también nosotros estamos ciegos?
Jesús respondió:
-Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen que ven, su pecado es permanente”.
Juan 9 39-41
Sin excepción alguna, en todos los rincones de este bello planeta, donde haya puesto pie el ser humano, el conflicto surge en diferentes formas y apariencias, es por dirigir, poseer y tener riquezas.
Venezuela, Irak, Corea, México, Argentina, Filipinas, Francia, Israel, Colombia, Inglaterra, Estados Unidos, Rusia, África, España…
El lugar es lo de menos.