
Sí, como circula en redes sociales, muchas mamás estamos hoy en México -tras un fenómeno natural que nuevamente nos sorprende, nos fractura en el amplio sentido de la palabra-, un poco “frustradas” al sentirnos impotentes de no participar de manera más directa en la labor de rescate de todos esos mexicanos que han quedado sepultados tras los escombros. Escuchando día y noche, encerradas desde casa las sirenas que no paran y los helicópteros que no dejan de dar vueltas.
En el momento del temblor, me encontraba en la escuela de mis hijos en espera de la hora de la salida. Empezó el movimiento y su intensidad y duración, causaron en mi cerebro un desfile de imágenes de todos aquellos edificios que estarían cayendo en ese momento. Sabía que mis hijos estarían bien, que mi familia estaría bien, pero sufría porque me resultaba imposible suponer que no pasaría a mayores. Era evidente que habría consecuencias trágicas. Eso desató mi pánico ante lo cual una mamá de la escuela, que no tenía el gusto de conocer y de la cual, no tengo ni el nombre, me abrazó todo el tiempo tratando de consolarme y calmarme tal cual una madre consuela a su hija tras una caída. ¡¿Cómo no sentir la necesidad de ir yo misma al menos a abrazar a toda esa gente que sufre, que ha perdido todo, o que simplemente se llevó el susto de su vida!?.
Pero somos mamás y no pulpos, aunque a veces pensamos que sí, somos mamás no super héroes, aunque a veces pensamos que sí.
En una llamada expresaba a una amiga que yo estaba encerrada en casa con mi hijos sin poder hacer casi nada, y me dijo: ¿Casi nada? Si las mamás estuvieran más cerca de sus hijos, mejor estaría el mundo.
Es verdad, hoy toca así, quizá no salimos con las palas y el casco, quizá nos perdimos la dicha de poder experimentar ver salir a una persona con vida bajo los escombros, o entregar víveres a aquellos que más están sufriendo.
Pero tal vez hicimos comida, enviamos mensajes de consuelo, salimos a llevar algo al centro de acopio más cercano, pero sobre todo tuvimos la oportunidad de estar junto a nuestros hijos, de vivir con ellos esta experiencia, de sentirlos vivos a nuestro lado, de platicar con ellos y encontrar maneras sencillas de solidarizarnos con nuestros compatriotas. Gozamos también del privilegiado momento de orar en familia y agradecer todo lo que tenemos y lo que somos.
Y sin duda, y en eso hay que ser muy claros, esto apenas empieza. La ayuda tendrá que seguir, porque muchos pobres se han quedado más pobres, porque muchos tendrán víveres hoy, pero en algunos meses, cuando dejen de ser noticia, no tendrán quizá ya nada.