Un examen de conciencia no se puede entender sin una actitud constante de discernimiento; actitud que nos lleva constantemente a ejecutar decisiones a veces dolorosas pero liberadoras. Esta es la directriz principal con la cual Francesc Torralba nos lleva durante el capítulo 3 de “Creyentes y no creyentes en tierra de nadie”. El ser humano cuenta con un sinfín de creencias, basadas muchas de ellas en la confianza, y que lo llevan a convivir socialmente con sus semejantes y con el resto de la creación. Por ello, la cuestión moral no se ha de centrar en si se es creyente o no creyente, sino en el modo de vivir que ejerce el individuo a partir de las creencias propias.
Un examen de conciencia no sólo abarca una evaluación de nuestras acciones a partir de la racionalidad que podemos ejercer en nuestro diario caminar, sino también un sometimiento a un examen racional de las creencias, para determinar si se tratan de creencias liberadoras o de creencias alienantes. ¿Cuántas veces nuestras reflexiones o exámenes de conciencia sólo se han centrado en evaluar nuestras acciones con códigos morales? Sin duda a ello nos hemos acostumbrado, peor la propuesta está encaminado al encuentro con nosotros mismos, es decir, al encuentro con nuestras creencias.
El encuentro con nuestras creencias implica una madurez espiritual, y es una condición de posibilidad para el encuentro con el otro, es decir, para el encuentro con aquél que tiene creencias diferentes a las mías. Se trata, pues, de una preparación para el encuentro de creencias entre individuos, para el examen de creencias en tierra de nadie, es decir, en aquella tierra donde nadie es superior al otro, sino donde todos somos iguales, precisamente, porque creemos.
Se trata de ir al desierto de nuestras propias creencias, a aquel lugar en el cual compartamos la experiencia de 40 días en el desierto que Jesús de Nazareth vivió a su máxima expresión. Ante todo, nos encontramos ante una invitación a la experiencia del desierto, es decir, a la experiencia del dolor y de la purificación para el diálogo entre “creyentes y no creyentes”. El otro o los otros, merecen de nuestra parte, un encuentro limpio de creencias alienantes.