Falta

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Falta
  1. Hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles
  2. Tener don de profecía
  3. Penetrar todos los misterios.
  4. Poseer en grado sublime el don de ciencia
  5. Tener una fe tan grande como para cambiar de sitio las montañas
  6. Repartir en limosnas todos los propios bienes.
  7. Dejarse quemar vivo.

Evidentemente ésta no es una lista de buenos propósitos de año nuevo, ni de los pendientes para la semana. Es una enumeración de siete cualidades, habilidades o actitudes, por cierto a cual más apantalladoras, que San Pablo menciona en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver 1Cor 12, 31-13,13).
 
Cuentan que alguien las tuvo todas y un día se murió (claro, a causa de la última).
 
Entonces en el cielo, algunos angelitos se enteraron y se reunieron cerca de la entrada, para darle la bienvenida. Y mientras tanto se pusieron a comentar lo que les admiraba.
-Fíjate que hablaba todos los idiomas, y también nuestro lenguaje, ¡con lo difícil que es!, y gozaba de una facilidad de palabra impresionante; cuando conversaba tenía a todos fascinados escuchándolo.
 
-Y no sólo eso: sabía comunicar mensajes de parte de Dios, y todo lo que profetizaba se cumplía. Dejaba a todos impactados.
 
-Además tenía un conocimiento profundo de cualquier tema, no había nada que no supiera, nada que no pudiera explicar. ¡En verdad sorprendente!
 
-Algo notable era su fe. Dicen que una vez literalmente movió de lugar una montaña, ¿te imaginas? Muchos lo han intentado, pero nadie lo había logrado.
 
-Yo lo que le admiro es que teniendo tanto poder y dinero, se despojara de todo, pero cuando digo todo es todo: regaló y repartió a los pobres todo cuanto tenía. ¡Qué extraordinaria generosidad!
 
-Y ¡qué manera de dar su vida!, ¡dejarse quemar vivo! ¡Qué valor! ¡No puedo esperar a saludarle!
 
Comentarios así se sucedían unos tras otros, hasta que de pronto se percataron de que había pasado mucho tiempo (bueno, de ese lado de la eternidad un día es como mil años, y mil años como un día), pero el alma de quien hablaban no había subido al cielo.
Así que decidieron ir a consultar a san Pedro: ¿Oye, esa persona se murió hace horas, ¿por qué su alma no ha llegado? ¡La estamos esperando!
 
San Pedro, con cara de tristeza respondió: Pues temo que se van a quedar esperando, porque no va a venir. En cuanto terminó su juicio personal, ella fue a dar al infierno.
 
La respuesta los dejó estupefactos. Si no hubiera sido porque tenían alitas, de la impresión se hubieran caído de la nube en la que estaban recargados.
 
¿Que quéeeee? ¡Cómo que se fue al infierno! ¡Pero si hizo cosas admirables, apantalladorsísimas!
 
San Pedro aclaró, pesaroso: Pues sí, pero eso fue todo lo que hizo. Apantallar. Le faltó lo esencial: amar.
 
No cumplió ese único mandamiento que se nos pidió. Le faltó ese amor que tan bellamente describió nuestro querido san Pablo en el capítulo trece de su Primera Carta a los Corintios: ese amor comprensivo, servicial, que no tiene envidia, que no es vanidoso ni presumido, que no es egoísta ni maleducado, que no se irrita ni lleva cuentas del mal; que no se goza con la injusticia, sino goza con la verdad; que disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites.
 
Lo que lo perdió fue una sola falta: su falta de amor.
 
Ni modo, no hay nada que hacer. Ya saben que para que alguien pueda ser admitido aquí, una cosa sobre todo toma muy en cuenta el Señor: qué tanto amó.

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