¿Le has perdido la confianza a Dios?

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Quizá te ha sucedido que toda tu vida o a partir de un retiro o de una charlas, creíste firmemente que 'Dios es Amor', lo consideraste Bueno y Todopoderoso e incluso sentiste que te tenía cierta consideración especial porque escuchaba tus oraciones, pues generalmente te concedía lo que le pedías y nunca había dejado que te pasara algo realmente difícil.
 
Y cuando ya pensabas que eras uno de sus 'consen' ¡saz! sucedió algo que te afectó como nunca antes, algo que verdaderamente te sacudió y te hizo ver a Dios con otros ojos: se murió esa persona que tanto pediste que no se muriera; salías de la iglesia, te caíste y te rompiste un hueso; te asaltaron; te diagnosticaron una enfermedad terrible; viste sufrir a uno de tus seres queridos sin poder remediarlo; perdiste tu empleo; tu suegra se mudó a tu casa.
 
De pronto todo lo bueno del pasado pareció puro espejismo y comenzaste a sentir que Dios no es como pensabas, le perdiste la confianza y le agarraste miedo. Te decías: 'quién sabe qué se le ocurra hacerme ahora, quién sabe qué cosa mala me mande'.
 
Es sorprendente la facilidad con que cambiamos nuestro punto de vista en relación a Dios.
 
Le sucedió a los israelitas en el desierto, según cuenta la Primera Lectura que se proclama hoy en Misa (ver Ex 17, 3-7).
 
Dios los sacó de Egipto, separó las aguas del Jordán para que pudieran atravesar a pie, los guió de día como columna de nube, de noche como columna de fuego, les dio maná para que comieran en abundancia, en fin, los acompañó y pastoreó durante toda su travesía, pero apenas empezaron a sentir sed, se olvidaron de todo lo anterior y a pesar de haber visto todos los prodigios que Dios hizo en favor suyo comenzaron a preguntarse: "¿está o no está el Señor en medio de nosotros?", y lo acusaron injustamente de haberlos hecho salir de Egipto para matarlos de sed en el desierto.
 
¿Por qué ocurre esto?, ¿por qué los humanos tenemos una memoria tan frágil, tan incapaz de retener las cosas buenas que Dios ha hecho por nosotros?
 
Pasamos por alto el milagro de que nos haya mantenido con vida hasta hoy, nos haya creado con la capacidad de amar y ser amados, nos haya rodeado de belleza, nos haya dado cualidades que podemos ejercer para ser felices y hacer felices a otros; nos atoramos, en cambio en aquello que sucede contrario a nuestra voluntad y eso solo basta para que nos sintamos traicionados por Él. ¿Por qué?
 
Quizá porque nos falta seguir un consejo que el propio Dios nos pide a través del Salmo que responde a esa Lectura: "No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de Mí, aunque habían visto Mis obras." (Sal 95, 8).
 
Parece que la razón por la que somos capaces de dudar de Dios, a pesar de haber recibido continuas pruebas de Su amor, a pesar de haber comprobado una y otra vez que siempre en nuestra vida ha intervenido para bien, es porque endurecemos el corazón.
 
¿Qué significa esto? Recordemos que cuando se habla de 'corazón' en la Biblia, no se hace referencia al afecto, sino a la mente y a la voluntad. Endurecer el corazón implica olvidar todo el bien que hemos recibido de Dios (al revés de María que guardaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón -ver Lc 2, 51b- y por eso conservaba intacto el recuerdo de las obras grandes que por ella había hecho el Todopoderoso -ver Lc 1,49- y en ello encontraba paz y alegría); implica también cerrar el entendimiento, cerrarlo a la escucha de la Palabra luminosa y consoladora de Dios.
 
Por ello el salmista pide: “ojalá escuchéis hoy Su voz; no endurezcáis el corazón” (Sal 95,7) porque si escuchas Su Palabra, y permites que penetre en tu corazón Su mensaje de amor, y contemplas toda tu existencia bajo Su luz y comprendes que Dios ha sido siempre tu sostén y fortaleza, entonces no caben en ti la duda o la desesperanza: te vuelves capaz de enfrentar cualquier dificultad, por grande que sea, con esta convicción: si Dios, que es Bueno, Todopoderoso, me ama -como me lo ha demostrado con creces- permite que me pase esto, es porque Él, desde Su sabiduría y misericordia considera que algo bueno se obtendrá, así que le doy mi voto de confianza y me abandono confiadamente a Su voluntad. 
 
Decía Corrie Ten Boom (una mujer holandesa que por ayudar a judíos a escapar de los nazis estuvo presa en los campos de concentración, y luego dedicó su vida a recorrer el mundo dando pláticas sobre el perdón y el amor de Dios), que toda circunstancia o persona que Dios permite que se presente en nuestro camino es la preparación perfecta para un futuro que sólo Él puede ver.
 
Ella solía mostrar a su auditorio un trozo de tela llena de nudos e hilos salidos y decía que nuestra vida es como una bordado que Dios va elaborando junto con nosotros; por ahora sólo vemos la parte de abajo: los nudos, los remates, las puntadas aparentemente sin razón; pero cuando lleguemos a la presencia de Dios -volteaba la tela y del otro lado había una hermosa corona dorada- veremos la otra cara, la belleza de un bordado perfecto; entonces lo entenderemos todo y cada experiencia que el Señor nos haya permitido vivir cobrará sentido; comprenderemos que no fue para hacernos sufrir, sino para ayudarnos a alcanzar la perfección del amor a la que nos llamó. Y entonces -pero ojalá ya desde ahora- no sólo no lamentaremos lo que vivimos, sino lo agradeceremos...
 
(Del libro de Alejandra Ma. Sosa E “¿Te has encontrado con Jesús?”, Col. Fe y Vida, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 56, disponible en amazon).

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