Llamados y capacitados

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Santos

Siempre que he tenido oportunidad de platicar con amigos seminaristas que están a punto de ordenarse diáconos, o con diáconos que está por ser ordenados presbíteros, incluso con presbíteros que han sido elegido para irse a estudiar fuera o para ocupar un cargo o atender una encomienda muy especial, he escuchado comentarios muy similares: aceptan ‘con pavor y temblor’, porque no se sienten dignos.

Quién sabe por qué tienen la idea de que para ser elegidos por Dios, primero tienen que ser dignos, como si Él los fuera a elegir por sus dones y cualidades.

Dice san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 2Tes 1, 11-2,2):
Oramos siempre por ustedes, para que Dios los haga dignos de la vocación a la que los ha llamado

Queda claro que la cosa es al revés de lo que se suele pensar: Dios no llama a alguien porque esa persona sea ‘digna’, sino simplemente porque Dios quiere llamarla. Recordemos lo que dice san Marcos cuando menciona la lista de los Doce Discípulos, dice: “llamó a los que Él quiso” (Mc 3, 13), no dice: ‘llamó a los más dignos’.

¿Por qué elige a alguien para una cosa y a otro para otra? Sólo Él lo sabe. Lo único que podemos deducir, al ver los llamados que hizo a lo largo de la historia registrada en la Biblia, es que busca sobre todo disponibilidad de corazón, maleabilidad, obediencia a Su voluntad, disposición de dejarse hacer, moldear, enviar.

Primero llama y luego ayuda a los que llama, para que sean “dignos de la vocación a la que los ha llamado”.

Dice un dicho que: ‘Dios no llama a los capacitados, sino capacita a los llamados.’

Saberlo es un gran alivio, da una gran paz poder confiar en que a pesar de nuestras propias miserias e incapacidades, si Dios nos llama para algo, nos dará lo necesario para cumplirlo.

Sigue diciendo san Pablo: “y con su poder, lleve a efecto tanto los buenos propósitos que ustedes han formado, como los que ya han emprendido por la fe. Así glorificarán a nuestro Señor Jesús y Él los glorificará a ustedes, en la medida en que actúe en ustedes la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo el Señor.

Queda claro que es el poder de Dios el que permite que nuestros buenos propósitos no se queden en eso, en buenos propósitos, sino que lleguen a buen término, den fruto. Y todo depende de que dejemos actuar la gracia divina en nosotros. A mayor apertura a Su gracia, mayores frutos daremos, y viceversa, si nos cerramos a Su gracia nuestros buenos propósitos no fructificarán, y seremos indignos de la vocación que Dios nos ha dado.

Y ¿cuál es esa vocación? Empecé refiriéndome a la vocación a la vida consagrada, pero no pensemos que se trata sólo de ese tipo de vocación. Existe una vocación a la que todos estamos llamados, seamos laicos o consagrados, solteros o casados, y es la vocación a la santidad, que no es otra cosa que la perfección en la caridad.

Sí, en efecto, estamos llamados a ser santos.

Y no podemos decir que no somos capaces o dignos, porque san Pablo nos recordará que Dios nos hace dignos de la vocación a la que nos ha llama.

Desde nuestro Bautismo, y a lo largo de toda nuestra vida, nos da, en la Iglesia, todos los medios que necesitamos para ser santos.

Así que lo que nos toca es no poner pretextos, sino abrirnos a Su gracia, porque es la que nos da la capacidad de alcanzar la santidad.

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