Los no creyentes y la espiritualidad

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Los no creyentes y la espiritualidad

En la vida cotidiana se suele tener una confusión compartida con respecto a la religión y la espiritualidad, de manera que ambos conceptos se suelen equiparar y, con ello mismo, confundir. Por ello, Francesc Torralba en Creyentes y no creyentes en tierra de nadie, pone el ‘dedo en la llaga’ al señalar que dicha confusión contribuye al detrimento de la experiencia humana. Si bien el plano de la espiritualidad se refiere a lo trascendente, también es cierto que puede ser interior a la persona y frente a lo cual el ser humano se ubica en una situación de constante búsqueda, de acogida y reverencial.

La espiritual es, ante todo, fruto de la constante búsqueda de sentido por parte del ser humano, lo cual significa que es una experiencia que se impone a todo individuo, independientemente de su condición de creyente o no creyente. Esto también quiere decir que el ejercicio de la espiritualidad origina el lugar en el cual se da el reconocimiento del carácter misterioso de la realidad, ante lo cual se hace indispensable la renuncia al deseo de control y racionalidad de todo lo que nos rodea.

En este sentido, resulta que la espiritualidad se vuelve el Lugar para el encuentro entre creyentes y no creyentes; pero también, es el punto de partida para la vivencia de la fe, pues es la fe verdadera la que exige de la alteridad, es decir, del otro que es diferente a mí. Es aquí donde la siguiente cuestión: ¿Puede existir la santidad sin Dios? En los creyentes y no creyentes encontramos realidades de compromiso y entrega desinteresada a los demás. Si bien la santidad es la bondad en acción y la pureza de las intenciones, lo que la santidad mide es la capacidad del ser humano de darse gratuitamente a los demás. Por eso, en la figura de los santos encontramos modelos o formas del seguimiento a Jesucristo y de la entrega gratuita a las causas divinas, y así como pueden causar estupor y admiración, al mismo tiempo, causa un resentimiento a partir de las comparaciones.

Por lo anterior, el creyente también está llamado a hacer de la razón, sobre todo, durante el diálogo entre creyentes y no creyentes. A través de la razón, es posible superar el resentimiento hacia la figura de los santos, es decir, cuando es capaz de ofrecer un fundamento a la fe y la esperanza. El no creyente, por su parte, experimenta constantemente la necesidad de ofrecer razones, en su caso, para no creer. Así pues, el diálogo se da en el campo espiritual desde la razón.

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