Por un momento hacer silencio, acallar las distintas voces que están a nuestro alrededor, voces que claman justicia, historias que narran los medios de comunicación, gritos inconexos con la espiritualidad, lamentos que nadie escucha, rostros anónimos y ahora, llega el tiempo litúrgico: la cuaresma, que nos invita a hacer un alto en nuestro caminar. Vivimos un mundo que se estremece por las contradicciones, donde la vida y la muerte están en el mismo lado de las opiniones, donde no hay claridad y se pierde la esperanza. Hoy nuestra Iglesia nos invita a hacer una pausa para ser vulnerables y escuchar a Dios, tiempo de conversión. Difícil. Complicado. Soberbia. El miércoles de ceniza es un día donde debemos dejar a un lado nuestras opiniones, ambiciones y por un momento permanecer en el silencio estridente de Dios. Polvo eres y en polvo te convertirás.
“La sugestiva ceremonia de la Ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia” San Juan Pablo II.
Con la imposición de Ceniza (estas cenizas provienen de las ramas quemadas durante la celebración del Domingo de Ramos del año anterior) inicia el tiempo Cuaresmal (es un antiguo vocablo que equivalía a primavera; designa una estación en que germina la vida interior y exterior) y nuestra Iglesia nos aconseja tres actitudes que nos ayudarán a vivir más intensamente este tiempo: El ayuno, la oración y la limosna.
Entremos en ese misterio con fe adulta, tratando de comprender que más allá de las tradiciones que nos han acompañado y que le dan sentido a este tiempo, es momento de ejercitar y practicar el amor en la medida (desmedida) del amor de Jesucristo, humanizar al estilo de Él, perdonar, curar y obrar con su justicia. Tarea nada fácil, pero no imposible en nuestros tiempos. La vida cristiana solo se vive en honda responsabilidad con la vida de los otros. En esta realidad que a veces parece una noche de dolor sin salida, donde en ocasiones experimentamos el sufrimiento inmenso, es ahí donde debemos confiar y vislumbrar este tiempo que nos llevará a la luz Pascual, a la Resurrección. Entonces, hagamos silencio, busquemos la reflexión espiritual y dejemos a un lado nuestros egoísmos y vanidades para que, desde la humildad de nuestra humanidad, sin nada, sin absolutamente nada que nos impida acercarnos al mensaje del amor más profundo que conoceremos, silenciemos nuestros pensamientos y acallemos nuestros sentimientos, con verdadera honestidad y sin poses escuchemos: conviértete y cree en el Evangelio.
“Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo vean los demás, sino tu Padre que está escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará”. Mateo 6, 17