Otoño

Ya llegó el otoño y mi corazón lo sabe, porque hay que abrigar el alma y cubrirle del frío que a veces la vida nos hace sentir al recordarnos que a los que más queremos, también se irán. Siempre se van en otoño, aunque se hayan ido en cualquier otra estación.

En esta temporada reflexiono acerca del cambio de estación, esa que nos recuerda que la vida es así, transformación cíclica. Se trata del otoño, mi estación favorita, el color ocre de las hojas, su crujir, el viento y el recuerdo de que se avecina el término de un ciclo natural.

Es la serenidad de la naturaleza que acepta el fin, preparándose para el principio del invierno. Es melancolía y recuerdo, tristeza y añoranza.

Me invaden emociones que ahogan mi respiración y es que en otoño reconozco, me da por llorar.

El otoño me recuerda que el sol por más que brille, no calienta como en verano, aunque llueva, jamás refresca como en primavera y si hace frío no es como el invierno.

Época de transformación, cambio y soledad. Indudablemente en el otoño nos sentimos solos aunque estemos acompañados.

Tiempo para reflexionar, momento de evaluar y recapacitar que la vida no es eterna, nunca lo será.

“No se adapten a los criterios de este mundo; al contrario, transfórmense, renueven su interior, para que puedan descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
Romanos 12,2

Relacionamos al otoño con la etapa de madurez, será porque la nieve y el frío son el recuerdo de la vejez, blancura y fin.                                                                             

Nos recuerda que a los que más queremos, también se irán. Siempre se van en otoño, aunque se hayan ido en cualquier otra estación.

El otoño nos habla de renovación, cambio de temperatura y cosecha. Dejemos que el Espíritu de Dios nos renueve, nos dé una nueva brisa nueva.