Para 'ser alguien' en esta vida tienes que tener pelo abundante, ojos claros, dientes parejos y blancos, aliento de hierba fresca, piel blanca y sin manchas, cintura pequeña, nada de lonjas ni celulitis, várices, callos, juanetes o pie de atleta; debes usar cierto perfume, usar ropa de cierta marca, manejar cierto automóvil, vacacionar en cierto 'ressort', tener lo último en telefonía, computación, cámaras digitales, televisores, aparatos electrodomésticos y aparatos para ejercicio; debes comer y beber ciertos productos, acudir a ciertos lugares, fumar, tomar y darte la gran vida.
Eso es lo que aseguran innumerables anuncios, programas y películas.
Y nos lo repiten tanto que llegamos a creerlo, y entonces nos desesperamos por ser y tener todo lo que nos proponen, pero como no hay dinero o vida que alcance para lograrlo, nos desanimamos y vamos por ahí sintiéndonos 'menos', creyendo que 'no la hacemos', que somos 'perdedores', que no valemos nada; pensamos: 'si sólo no fuera calvo'; 'si no fuera tan morena'; 'si tuviera mejor cuerpo', 'si me ganara el Melate', y atribuimos todos nuestros males al hecho de no haber logrado lo que en la televisión, el cine, las revistas, etc. es considerado perfecto.
Afortunadamente Dios no comparte este punto de vista; no se va con la 'finta', no se deja 'apantallar' por lo aparente.
Nos lo dice claramente en la Primera Lectura que se proclama hoy en Misa: "Yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones" (1Sam 16,7b).
Para Dios tú eres alguien valiosísimo, simplemente porque eres Suyo. Y te creó porque te amaba. Y Su amor por ti es infinito, incondicional. Dios te ama con todo y tus dientes amarillos, tu carita picada de viruela o tu panza de pulquero.
Su amor es la vacuna perfecta contra la 'baja autoestima'.
Él siempre ve en ti la mejor versión de ti mismo; y a pesar de que conoce lo que ocultas a otros por fuera (sabe de tu faja, de tu dentadura postiza, de tu peluquín, de tus hemorroides...) y lo que ocultas por dentro (tus defectos, tus pecados) nunca te desprecia, todo lo contrario: considera que eres capaz de grandes cosas y te invita a lograrlas con la ayuda de Su gracia.
Y no le importa que los demás no te crean suficientemente digno, ni siquiera que tú mismo hayas llegado a creerlo.
Prueba de esto es lo que narra la mencionada Primera Lectura:
Dios elige como rey de Su pueblo a David, al más chico de una familia, al que nadie tomaba en cuenta, al que habían encomendado la tarea de cuidar el rebaño, al que seguramente sus hermanos mayores consideraban inexperto e inmaduro, del cual no esperaban aprender nada y al que muy posiblemente se dedicaban a 'moler' y a tomar de ' botana'.
Dice el texto que Dios envió al profeta Samuel a casa de David pues le dijo que ahí encontraría al que había elegido rey, y Samuel en un principio pensó que el elegido era el hermano mayor, que era alto e imponente, pero Dios le hizo saber que no era así, y el profeta tuvo que ir descartando uno a uno a todos los hijos de esa familia, hasta que sólo quedó el pequeño, al cual ungió como rey (un ritual que consistía en derramar aceite sobre su cabeza) enfrente de sus hermanos.
¿Te imaginas la cara que éstos habrán puesto? Se habrán quedado sin habla. Ni en sus más locos sueños hubieran podido suponer que un día el último de todos sería ¡su rey!
¡Vaya modo que tiene Dios de cambiar las cosas! Pone de cabeza nuestros criterios, nos desinstala de nuestra visión del mundo y nos reta a compartir la Suya.
Ni Samuel, ni los hermanos ni el propio David hubieran pronosticado acertadamente a quién había escogido Dios para hacerlo rey. Guiados por principios humanos se hubieran equivocado.
También nosotros nos equivocamos cuando nos calificamos de acuerdo a un ideal imposible promovido en los medios de comunicación.
Nuestro único parámetro para juzgarnos debe ser el de la infinita misericordia de Dios, y de acuerdo con ella somos ¡invaluables!
No necesitas entrar en esa inútil carrera por ser y tener más cosas para ser 'alguien', ¡ya lo eres a los ojos de Dios!
No hay entre nosotros ningún 'don nadie', no hay ninguno que valga poco o sea 'menos'.
Puedes descansar en la gozosa certeza de que así como eres, con todas tus carencias, con todo lo que según tú te falta para ser como querrías, así y todo despiertas siempre la arrobada mirada amorosa de un Dios que ha declarado -y no se desdice-: "eres precioso a Mis ojos, eres estimado y Yo te amo." (Is 43, 4).
(del libro de Alejandra Ma. Sosa E “¿Te has encontrado con Jesús?” Col. Fe y Vida, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 59).
Para ser alguien...
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