Parábola de la cizaña

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El domingo pasado empezamos a escuchar la enseñanza de Jesús en parábolas, en el evangelio de san Mateo. Todas las imágenes son muy elocuentes. Presentan con mucho colorido el mensaje del Señor a sus contemporáneos y a nosotros mismos, a pesar de la distancia de espacio y tiempo. Hoy nos toca escuchar la llamada “parábola de la cizaña”. Ésta es una planta nociva, su tallo alcanza más de un metro y surge espontáneamente en el campo. Además de robar nutrientes a las plantas buenas y no dejarlas crecer, su harina es tóxica.

La parábola se puede entender mejor a partir de las costumbres orientales en la Palestina de tiempos de Jesús. Se practicaban tres tipos de agricultura: de llanura, de montaña y de zonas semidesérticas. Las labores agrícolas comenzaba con las labranzas a finales del otoño o en invierno. Éstas se realizaban con un arado tirado por uno o dos animales (nunca asno y buey juntos, prohibido por Dt 22,10); iban seguidas de la primera siembra y luego de la siembra tardía del final del invierno. La cosecha iniciaba con el lino, seguía la cebada y luego el trigo (Ex 9,31-32). En verano empezaba la vendimia. Al final se cosechaban los frutos estivales. Una maldad entre los agricultores era sembrar “mala semilla” (cizaña) en campo ajeno.

En ese contexto Jesús utiliza la parábola de la cizaña, para ilustrar ante todo “la paciencia de Dios y la identidad de los hijos del Reino”. En esta misma línea se ubica también la parábola de la red que recoge todo tipo de peces (Mt 13,47-50). En ambas, el reinado de Dios incluye una dinámica donde se conjuga la “paciencia divina”, en situaciones difíciles y al mismo tiempo tiene lugar la invitación y advertencia a los “hijos del Reino” para que no pierdan su identidad.

El Reino de Cristo reclama una necesidad de crecimiento. Los que pertenecen a la comunidad son invitados a entrar en un proceso en el que es importante crecer, pero también conservar su identidad de discípulos, a pesar de muchos elementos negativos que en el presente se encuentran mezclados y que la “paciencia de Dios” permite.

Ante la situaciones alarmantes que a diario tienen lugar en la sociedad, hay personas que se preguntan: “¿Por qué Dios permite el mal?” Y cuestionan: “Si Dios es tan poderoso, ¿por qué no acaba con los malvados, con aquellos que causan daño y destruyen a los demás?” En teoría, Dios podría eliminar del mundo a todos los malvados: ladrones, asesinos, secuestradores, narcotraficantes… Sin embargo, Él tiene la paciencia de un auténtico padre, un padre “con rostro materno”. Y ¿qué padre elimina a sus hijos que se portan mal? Por el contrario, un padre o una madre buscan siempre y por todos los medios volver a sus hijos descarriados al camino correcto. Pero requiere de una gran paciencia.

La parábola que hemos escuchado, la de la mala semilla sembrada junto a la buena, sirve para poner de manifiesto que la presencia de elementos negativos, quizás no sólo en el mundo en general, sino incluso, en el ámbito propio de la comunidad cristiana, forma parte de un proceso que concluirá sólo con la venida final y gloriosa del Hijo del hombre. Hasta entonces tendrá lugar la separación. Por ahora es preciso coexistir con todos y ser tolerantes. Pero, al mismo tiempo, el discípulo deberá conservar su identidad, sin dejarse contagiar por la mala semilla. Aunque estorba e incomoda, no se puede ni debe intentar arrancar la mala hierba.

La parábola de la cizaña presenta una situación anormal. El propietario no es culpable de la cizaña. Sólo con la segunda pregunta de los siervos, si deben arrancar la mala hierba se menciona el problema verdadero: al recoger la cizaña se puede arrancar también el trigo. Hay que esperar hasta el fin.

A pesar de todas las peripecias que presenta la narración, el final que dibuja alienta y llena de esperanza. Los destinatarios de entonces veían, como nosotros mismos vemos ahora que si bien es cierto que en el momento presente es innegable la presencia de muchos elementos negativos no sólo en el mundo en general, sino lo que es peor, incluso dentro de la misma comunidad cristiana, es preciso entender y asumir la “paciencia de Dios”. Por ahora es necesario convivir “buenos y malos” (cf. Mt 22,10), hasta el momento decisivo.

Para lograr entender un poco ese proceder “desconcertante” de Dios, es preciso salir de nuestra lógica humana, muchas veces egoístas y mirar con la visión de quien es misericordioso, como nos recuerda el libro de la Sabiduría: “… y por ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos… Siendo tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con delicadeza… Con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta”.

Sólo quien se reconoce pecador y necesitado del perdón de Dios es capaz de entender esa “lógica del amor”. El que se tiene por justo y mira a los demás con desprecio, puede incurrir en la actitud de ciertos fariseos que, por su soberbia, no entendieron el amor de Dios presente en Jesús, o caer en el error de violentar la paciencia divina, queriendo arrancar la cizaña, incluso a costa de arrancar también el trigo.

Por eso también hoy el Señor nos ha interpelado para centrar primero nuestra atención en las propias faltas y debilidades. En efecto san Pablo nos ha dicho que es el Espíritu quien “nos ayuda en nuestra debilidad”, porque nosotros ni siquiera “sabemos pedir lo que nos conviene”. Antes de querer arrancar la mala hierba, la cizaña, debemos ser capaces de mirarnos a nosotros mismos y reconocer nuestras propias miserias.

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