
En la segunda carta a los Corintios que escuchamos, san Pablo hace resaltar una realidad definitiva para los creyentes: ser cristiano consiste en ser como una nueva creación por la acción del Padre, a través de la persona de Jesús y por la actividad del Espíritu Santo. Es la experiencia de nacer de nuevo. Hacer la experiencia de lo viejo que desaparece y lo nuevo que emerge como camino de resurrección. La reconciliación es un acto de Dios, que implica la liberación del mal y la constitución de una existencia nueva en la comunión. Desde ahí cobra sentido y valor el trabajo y la vida de todo creyente, sobre todo del evangelizador. Se trata de clausurar el dinamismo del pecado en la existencia personal y social para entrar en la radical experiencia de la justicia de Dios, que así pone en acto la nueva creación.
Para san Pablo, el paradigma y fundamento de todo esto está centrado en el acontecimiento de Jesús, el Mesías, quien al ser crucificado inauguró un modo de existencia. Por eso, si bien es cierto que es inevitable transitar por el camino de la fe, entre luces y sombras, también lo es y sobre todo, que vamos con la firme convicción de que este camino consiste ante todo en un seguimiento al Mesías crucificado y resucitado. En este camino podemos tropezar y caer, pero tenemos de quien confiarnos, para levantarnos y seguir adelante. Este es el camino de la conversión y de la reconciliación, es el camino de la Cuaresma que lleva a la Pascua.
+Adolfo Miguel Castaño
Obispo auxiliar
Arquidiócesis de México