Perdón, Jesús

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Perdón, Jesús, porque al parecer este año otra vez nos empeñamos en amargarte Tu cumpleaños.
 
Perdón, Jesús, porque nos preocupamos por decorar afuera, con luces, árboles navideños, flores de Nochebuena, adornos y esferas, y olvidamos la preparación de nuestro corazón. Pocos se interesan en ir a un retiro, meditar las Lecturas de la Misa diaria, leer reflexiones de Adviento. Todo se va en planear qué habrá de cenar, a quién y qué hay que regalar, y dónde, si se puede, vacacionar.
 
Perdón, Jesús, porque en las posadas que se celebran en las casas ya no se reza el Rosario ni la letanía, ni cantan llevando en andas a los Santos Peregrinos. Los niños rompen piñatas; se empachan de ponche y colación; truenan cohetes, hacen ruido; los adultos bailotean e imitan a los ‘peces en el río’...
 
Perdón, Jesús, porque a pesar de que nos pides: “no mentirás” (Dt 5, 20) y nos adviertes que hay que decir “sí cuando es sí y no cuando es no, porque lo demás es del Maligno” (Mt 5, 37), engañamos a nuestros niños diciéndoles que existe santa Claus. Decimos ‘¿qué tiene de malo?, es un viejito bonachón que trae regalos’, y propiciamos que su ilusión en Navidad no sea celebrar Tu Nacimiento, sino esperar que venga un personaje ficticio, que los visitará sólo una vez, no hará nada por ellos el resto del año y aún ese día dejará a muchos llorando porque no a todos les traerá lo que le solicitaron.
Perdona Jesús, que no les enseñamos a valorar Tu venida, el amor infinito que ésta implica, Tus dones y bendiciones, que estás siempre a nuestro lado y nos has dado el mayor regalo que existe: ¡la posibilidad de pasar contigo la eternidad!
 
Perdón, Jesús, porque no te creemos que “mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20, 35), y enseñamos a los niños a sólo pedir y pedir. Los animamos a escribir a personajes inexistentes para exigir cosas, en lugar de motivar su compasión y caridad hacia quien padece necesidad.
 
Perdón, Jesús, porque celebramos Tu cumpleaños con muchos regalos, pero ninguno es para Ti. Y no solemos comprarlos pensando que dijiste: “cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicieron” (Mt 25, 40), sino por compromiso, por quedar bien, por apantallar. Perdona que a pesar de que nos has pedido no agasajar a quien nos puede corresponder (ver Lc 14, 12-14) damos a familiares, amigos y colegas, obsequios nuevos, y dejamos los viejos y usados para los necesitados.
Perdona que no te ofrecemos siquiera un regalo espiritual, que aunque fuera pequeño, te haría feliz si fuera por amor a Ti: perdonar, no chismear, ayudar...
 
Perdón, Jesús, porque preparamos una cena suculenta y no se nos ocurre apartar, y no de las sobras, algo para compartir con quien la vivirá en pobreza o soledad,
 
Perdón, Jesús, porque en nuestras cenas navideñas suelen salir a relucir desavenencias, rencores, amenazas: ‘si vienen ésos, yo no vengo’. Perdona, que ni en el día de Tu cumpleaños cumplimos el único mandamiento que nos diste: amarnos unos a otros como Tú nos amas (ver Jn 15, 12), perdonarnos unos a otros como Tú nos perdonas (ver Lc 6, 27-38).
 
Perdón, Jesús, que hiciste el grandísimo milagro de renunciar a los privilegios de Tu condición divina, para venir a hacerte Hombre, compartir nuestra condición humana para rescatarnos del pecado y de la muerte, y evitamos a toda costa recordarlo. Hablamos de la ‘magia de la Navidad’, de la ‘temporada decembrina’; nos deseamos ‘felices fiestas’. Casas y comercios se saturan de santacloses, duendes, renos y muñecos de nieve; muchas familias sólo ponen árbol, no Nacimiento, o ponen uno muy chico, y prefieren cantar ‘jingle bells’ que villancicos.
 
Perdón, Jesús. Eres el anfitrión desairado, el festejado ignorado, que aun sabiendo lo que te espera, no dejas de confiar en que ahora sí te recibiremos en nuestro corazón.
Ojalá que en esta Navidad no te dejemos, como siempre, defraudado.
Que no sea como tantas otras veces. Que de ahora en adelante sepamos acogerte, arrullarte, agradecerte y festejarte como mereces.

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