Al final somos polvo y nuestra Iglesia nos lo recuerda. Ni más, ni menos, todos iguales en las mismas circunstancias.
Regresamos a nuestros orígenes, arcilla, barro, tierra, polvo.
Un signo en la frente, es la cruz que nos invita a profundizar en la humildad, es hacer a un lado nuestra importancia personal, una señal que nos recuerda nuestra vulnerabilidad y realidad. Todo nuestro cuerpo reducido a polvo, que al soplido del viento se dispersaría hacia todos lados y a ninguno.
Inicia la cuaresma, período de conversión y de reflexión, se trata de un tiempo de preparación al dolor y al goce más grande la Pascua. La cuaresma es enseñanza, para encontrar sentido al sufrimiento, para prepararnos, aprender a vencer nuestras tentaciones, valorar lo que tenemos y sobre todo para acercarnos en oración a nuestro Padre Eterno por su Hijo amado Jesús.
Cuaresma es época de penitencia, es buscar la conversión personal y comunitaria, participar de manera frecuente de los sacramentos, la oración y las privaciones voluntarias.
Este tiempo litúrgico personalmente me mueve tantas emociones y pensamientos, se trata de un recorrido donde paso a paso se puede redescubrir el sentido del amor, el servicio, la oración y el compromiso de seguir a Jesucristo.
¿Estamos dispuestos a iniciar este viaje de fe con un corazón dispuesto, con una actitud de vida acorde a las exigencias de Jesús y del Evangelio?
Nuestra permanencia en este lugar es de paso, sólo un instante, así es nuestro trayecto en esta vida y la ceniza en la frente nos recuerda que estamos un momento y que hemos sido creados para la eternidad.
“Hombre, acuérdate de que polvo eres y que al polvo volverás”
Génesis 3,19
Es lo que dirá el sacerdote, la repetirá cada vez que imponga la ceniza. Una frase fuerte que llega al alma, recordándonos que, desde el más humilde, hasta el más poderoso terminaremos siendo polvo.
En este tiempo ¡Reconciliémonos con Dios!