Por la fe

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Mas de diecisiete veces aparece en el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos, la frase “por la fe”, y ya se sabe que cuando en un pasaje bíblico se repite varias veces alguna palabra o palabras, hay que ponerles mucha atención porque son especialmente significativas.
 
Empieza diciendo que por la fe “fueron alabados nuestros mayores”, y luego enumera a esos mayores, pone como ejemplo de fe a gran cantidad de personajes del Antiguo Testamento, comenzando por Abel, el hijo de Adán y Eva, y terminando con los últimos profetas.
 
De ese capítulo está tomado un fragmento que se proclama como Primera Lectura este domingo en Misa (ver Heb 11, 1-2. 8-19).
 
Conviene no conformarse con leer este pedacito, sino todo el capítulo, porque entonces la constante repetición de la frase “por la fe”, “por la fe”, “por la fe”, seguida en cada caso de una explicación de lo que dicha fe movió a hacer a cada una de las personas mencionadas, nos va sorprendiendo, nos va impactando, nos va calando, despierta nuestra admiración. ¡Qué grande era la fe que aquella gente tenía en Dios!
 
Ahora bien, no basta con admirarlos, tendríamos también que preguntarnos:
 
¿Y qué hay acerca de nosotros?, ¿somos también ejemplo de fe?
 
¿Le creemos a Dios como ellos le creyeron?
 
¿Nos dejamos mover por Él?
 
¿Aceptamos seguir Sus caminos cuando no estamos seguros de a dónde nos llevarán?
 
¿Confiamos en Su lógica cuando se contrapone con la nuestra?
 
¿Nos atrevemos a decirle sí cuando lo que nos pide nos cuesta y quisiéramos decirle no?
 
¿Nos mantenemos firmes cuando por cumplir Su voluntad enfrentamos alguna dificultad?
 
La fe consiste no sólo en creer en Dios, sino en creerle a Dios, y creerle a Dios consiste en buscar, aceptar y cumplir Su voluntad.
 
Dice san Pablo que lo que no es fe, es pecado (ver Rom 14, 23). Claro, porque la fe es decirle sí a Dios y el pecado es decirle no.
 
Dice el padre Mike Schmitz que pecar es decir: ‘Dios, ya sé lo que Tú quieres, pero yo quiero lo que yo quiero’.
 
El texto bíblico menciona a muchas personas que merecen alabanza por su fe porque quisieron lo que Dios quiso, no sólo creyeron en Él, sino le creyeron a Él y accedieron a lo que les pedía.
 
¿Podría esa lista incluir nuestro nombre algún día?
 
Si nuestra respuesta es no, no hay que desanimarnos, hay que esforzarnos, y pedirle al Señor constantemente: “¡Auméntanos la fe!” (Lc 17, 5).

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