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(1 Cor. 14,15)
Aquello que nos aleja de la calma y la tranquilidad no puede venir de Dios. Todo aquello que nos confunde y desequilibra simplemente no puede ser de Dios.
Él es tranquilidad inmensa, sencillez, es luz y verdad.
Deberíamos evaluar y poner especial atención todo aquello que nos trae quietud, que nos direcciona hacia la paz espiritual, lo que nos ofrece caminar lento y abre nuestros ojos eternizando el instante.
Evaluemos todas las respuestas instantáneas, inmediatas y rápidas, casi siempre están cargadas de confusión, la verdad siempre se toma su tiempo.
Hemos retornado a la triste profecía de Isaías:
“Viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden (…) Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos…
(Mt 13, 13-15)
Dios es paz y silencio constructivo, es una fuerza avasalladora que derrumba nerviosismo, acaba con la desesperanza y nos ofrece un nuevo impulso a nuestras vidas.
El ruido nos aleja de Dios y el silencio nos acerca, es la mirada de saber cerrar los ojos para contemplar a Dios que está dentro de nosotros, en la intimidad y en las regiones más profundas e íntimas de nuestro abismo personal.
Aprendamos a silenciar nuestro corazón que es la ruta y camino para detener nuestras pasiones y confusiones, sin duda el camino para conocer el amor de Dios será el silencio, es la voz que se escucha cuando todo a nuestro alrededor se calla.
Si vives con estrés, si todo el tiempo estás pendiente del reloj y vives de prisa, tal vez sea momento de reconocer que esas acciones están muy alejadas del amor de Dios, pero si tu vida es agitada y llena de compromisos y hay calma, esperanza y fe en tu diario vivir, puedes asegurar que Dios está en tu vida.
Dios jamás confunde, más bien direcciona.