¿Qué dices?

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Sobre los dichos, refranes y consejos relacionados con actividades humanas, los que se refieren a hablar abundan. Éstos son algunos que le oí a mi mamá:

‘En boca cerrada no entran moscas’.
 
‘Tan bonitos que nos vemos calladitos’.
 
‘Si no tienes nada bueno que decir, no digas nada’.
 
‘Por cada palabra necia, siete años de Purgatorio’.
 
‘Nadie se volvió mejor porque hablaran de él a sus espaldas’.

Y ¿tú?, ¿recuerdas algún dicho, refrán o consejo al respecto?
 
¿Por qué se nos aconseja que cuidemos lo que decimos?
 
Una parte de la respuesta la encontramos en textos bíblicos que se proclaman este domingo en Misa.
 
En la Primera Lectura (ver Eclo 27, 5-8) dice: “en la discusión aparecen los defectos del hombre”, es decir, cuando alguien está alegando con otra persona, sobre todo si es sobre un tema del que considera que sabe o que tiene la razón, es muy fácil que salga a relucir su peor lado, su prepotencia y petulancia, y en lugar de discutir tranquilamente recurra a la burla, la descalificación, la humillación e incluso el insulto.
 
Dice también el autor del Eclesiástico: “La palabra muestra la mentalidad del hombre”, es decir, lo que dices habla mucho de ti, de cómo ves el mundo, cómo vives tu vida, cómo miras a los demás.
 
Por eso, termina aconsejando: “Nunca alabes a nadie antes de que hable, porque ésa es la prueba del hombre”. ¡Es muy cierto! Cuántas veces puede pasar que juzgamos por apariencias, y una persona cuyo aspecto agradable nos atrae, empieza a hablar y dice tantas quejas, chismes, groserías o vulgaridades que quedamos decepcionados, y al contrario, conocemos a alguien de quien creemos que nada que pueda decir nos aportará algo bueno, y descubrimos que es un error pensar así, pues lo que habla nos sorprende gratamente y nos deja una valiosa enseñanza.
 
En el Evangelio dominical (ver Lc 6, 39-45) dice Jesús: “El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón.”
 
Al leer esto quedamos invitados a preguntarnos: ¿qué cosas decimos?, ¿de qué está lleno nuestro corazón?, ¿de amargura, de resentimiento, de críticas negativas, de quejas? o ¿de comentarios positivos, agradecimientos, alabanzas, consejos edificantes?
 
¿Qué porcentaje de lo que solemos decir en general, o, por ejemplo, de lo que hablamos esta semana, o más específicamente hoy podría ser calificado por Jesús como “bueno” y qué parte como “malo”?
 
Si descubrimos que es más lo malo que lo bueno, urge hacer algo al respecto, examinar el corazón, reflexionar acerca de por qué se ha ido llenando de todo eso, y si es necesario acudir al Sacramento de la Confesión, para limpiarlo, con ayuda de la gracia de Dios.
 
La otra parte de la respuesta a la pregunta acerca de por qué hemos de cuidar lo que decimos, está en textos bíblicos que no se leen este domingo en Misa, pero que nos conviene leer en casa.
 
Dice el Apóstol Santiago que nos engañamos si creemos que somos personas muy religiosas, pero no sabemos dominar nuestra lengua. Y plantea toda una reflexión al respecto que vale la pena leer y meditar (ver Stg 3, 1-12).
 
Y Jesús nos revela la razón principal por la que hemos de ser muy cuidadosos con lo que decimos: seremos juzgados por nuestras palabras:

“Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta el día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado.” (Mt 12, 36-37).

Esta semana va a iniciar la Cuaresma, tiempo en el que se nos propone practicar el ayuno, la oración y la limosna (palabra cuyo origen es un término que significa misericordia de Dios).
 
Una buena manera de realizar estas tres prácticas sería proponernos: ayunar de toda palabra que no sea edificante; dedicar más tiempo a hablar con Dios (y por supuesto a escucharlo), y que todo lo que digamos sea sólo por y con amor. Empezando hoy.

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