Razones para la alegría

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Un amigo que fue operado de cataratas, me dijo: ‘casi casi prefería estar como antes, que no alcanzaba a distinguir las caras, porque ahora que veo bien, me doy cuenta de que mucha gente tiene cara de tristeza, de preocupación, de desánimo; va por la calle tensa o cabizbaja. Me da pena.’
 
Una alumna comentó: ‘ya no me gusta ir con mis amigas a tomar café, porque la plática decae inmediatamente, y todo es hablar del coronavirus, de la violencia, de la crisis, de problemas familiares, regreso deprimida.’
 
En verdad se siente una pesadez en el ambiente.
 
Hay muchas personas preocupadas, temerosas, apachurradas. Y alguien podría decir: ‘pero cómo no se van a sentir así, si sólo hay que mirar alrededor para darse cuenta de lo mal que está todo.’ Es cierto, eso pasa si uno mira alrededor. Por eso no sólo hay que mirar alrededor, sino también hacia arriba.

Dice el salmista: “Levanto mis ojos a los montes. ¿De dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el Cielo y la Tierra” (Sal 121, 1-2).

Como quien dice, si vamos por la vida con la mirada baja, puesta sólo en las cosas de la tierra, si creemos que estamos solos en este mundo, si pretendemos cargar sobre nuestros pobres frágiles hombros el peso de todas nuestras preocupaciones, claro que nos sentiremos agobiados y desesperanzados. Pero no tiene que ser así. Como católicos, tenemos muchas razones para alegrarnos, y no con una alegría superficial y pasajera, sino honda y duradera. Examinemos algunas:
 
1. Dios nos ama
 
Dice san Juan que “Dios es amor” (1Jn 4, 8) y que “Dios nos amó primero” (1Jn 4, 19).
Su amor por nosotros es eterno e incondicional. ¡Qué alegría saber que sin mérito nuestro y a pesar de nuestros pecados, Dios nos ama!
 
2. Somos Su familia

 
Por el Bautismo hemos sido incorporados a la gran familia del Padre. Tenemos por hermano a Jesús, nuestra Madre es María, nos rodean ángeles y santos. Alegrémonos con su ejemplo e intercesión.
 
3. Está siempre con nosotros
 
Jesús lo prometió (ver Mt 28, 20) y lo cumplió. En cada Misa recibimos Su abrazo de perdón, escuchamos Su Palabra, se hace realmente Presente en la Eucaristía, podemos contemplarlo, adorarlo, entrar en comunión íntima con Él. Nos acompaña siempre, jamás nos deja solos, somos nosotros los que nos olvidamos de Él, lo ignoramos y lloramos nuestra soledad. Pero si conservamos la conciencia de Su Presencia a nuestro lado a lo largo del día, podremos vivirlo todo con alegría.
 
4. Nos invita a la vida eterna
 
No estamos destinados a este mundo, no todo se acaba aquí. El sólo hecho de vivir en este mundo nos garantiza un pase automático a la vida eterna. Y estamos llamados a gozar de una existencia maravillosa que no tendrá final, donde no habrá penas ni angustias ni temores ni injusticias ni nada de lo que ahora nos hace sufrir. Esa perspectiva nos da una alegre esperanza, una meta que esperamos alcanzar, un motivo para levantarnos cada día esforzándonos por caminar hacia una felicidad que no terminará.
 
5. Todo pasa por algo
 
No existe la ‘mala suerte’, a nadie le ‘cae el chahuiscle’. Estamos en manos de Dios y Él todo lo permite para bien. Y si alguien pregunta: ‘¿pero cómo va a ser para bien que me sucediera esto?’, o ‘¿qué puede haber de bueno en tal tragedia?’, cabe responder que como estamos limitados por el tiempo y el espacio no podemos entender los designios de Dios. Sólo podemos confiar en que, como dijo san Pablo, Dios “en todo interviene para bien” (Rom 8, 28), y, como dijo san Agustín: si Dios permite un mal es porque va a obtener un bien mayor’. Ello nos permite enfrentar con otra actitud lo que sea que nos toque vivir, con la confianza de que puede contribuir a nuestro bien y santificación.
 
Este Domingo es conocido como ‘Domingo Laetare’, o ‘de la alegría’, porque ya estamos más cerca de celebrar lo que le da sentido a nuestra vida: que Cristo murió por nosotros, para salvarnos del pecado y de la muerte, y que resucitó para darnos vida eterna. Es una invitación a recordar que por difíciles que puedan ponerse las cosas, tarde o temprano todo mal será derrotado. Alegrémonos sabiendo que nos espera una felicidad sin fin con el Señor a nuestro lado.

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