Sané

A veces los milagros no son recibidos con alegría y agradecimiento, aquí el testimonio de una mujer que sanó milagrosamente y no valoró la generosidad de Dios.

Fue hace mucho tiempo, tanto que casi no me acuerdo de lo que pasó antes de que me dieran el diagnóstico fatal. Según los doctores tenía un cáncer terminal y ya nada se podía hacer por mí. De un momento a otro todo se tornó gris, sin esperanzas. ¿Por qué me estaba pasando esto a mí? Pertenezco a una familia de clase acomodada y el dinero es un tema que si bien no nos preocupa sabemos que contamos con el suficiente como para buscar a los mejores especialistas y con una buena inversión se solucionaría el problema. Mi mente escuchaba el eco de las palabras pronunciadas por el doctor: cáncer.

Busqué alternativas, probé con la medicina experimental, pero nada funcionaba, así que decidí abandonarme en la oración. Debo reconocer que no soy ni nunca he sido muy creyente, pero cuando algo tan fuerte aparece en tu vida como el cáncer estás dispuesta a todo con tal de sanar. Yo llegué a ser otra persona, mi manera de ver la vida cambió por completo; por primera vez asistí al grupo de oración y ellos rezaban con muchas ganas, en ciertos momentos tenía miedo porque lo hacían con tanto fervor y tan convencidos de que su oración era escuchada que yo terminaba con pocas fuerzas, agotada y con muy pocas ganas de hacer nada. Pero fui insistente, creí y dejé que sucedieran las cosas. Un día conversando con mis amigas a las cuales conozco de toda la vida les comenté lo que estaba haciendo y que realmente me sentía mejor, les compartí acerca del grupo de oración, de la fe con que se entregaban a sus plegarias y aunque me dio un poco de vergüenza pronuncié la palabra: Dios, en frente de todas ellas.

Fue escandaloso aquello, me miraron de forma muy extraña, como si realmente fuera muy malo hablar de Dios en nuestro círculo social y es que en el ambiente en el que me desarrollo no hay lugar para las expresiones religiosas, los temas de conversación son la economía, la crisis, el trabajo, los proyectos, las vacaciones… en fin, sé que a partir de ese día más de una amiga se alejó de mí y pensó que estaba realmente enferma no sólo del cuerpo sino de mi cabeza y que estaba dejándome influenciar por alguna secta. Seguí frecuentando al grupo de oración y realmente comencé a sanar, mis estudios indicaban que a pesar de todo pronóstico había una mejora en mí, eso me puso muy contenta, los doctores no daban crédito a lo que sus ojos veían, el cáncer estaba retrocediendo, la batalla la estaba ganando, estaba sobreviviendo y venciendo.

Mi actitud cambió una vez más, mi ánimo comenzó a mejorar y lo primero que hice fue correr a la tienda a comprarme un vestido de verano porque pensaba pasar las vacaciones en la playa. Mis amigas, las pocas que siguieron hablándome después de mi comentario espiritual me hicieron algunas recomendaciones: una cirugía plástica, para aparentar 10 años menor y que por ningún motivo volviera a expresar el tema del grupo de oración, debido a que eso no era parte de nuestro status. Traté de expresarles lo bien que me sentía, que la oración era algo que ellas deberían experimentar porque además daba calma y que nuestros problemas se veían desde otra perspectiva. Nadie escuchó, ni una sola puso atención a lo que sus propios ojos estaban viendo con mi recuperación, así que mejor guardé silencio y no volvía a comentar nada frente a ellas como me lo pidieron. Seguí asistiendo al grupo con menos frecuencia y debo reconocer también que con menos ganas pues ya me sentía mejorada. Comencé a percibir que en el grupo de oración no todo estaba bien, había ciertas discrepancias, envidias, rencillas y luchas de poder. Definitivamente, dejé de asistir a la oración y me concentré en mis cosas, mis charlas, viajes y toda mi vida social. Hace muchos años que sucedió todo esto, sí sané, los doctores y yo lo sabemos, pero nunca más me volví a acercar al mensaje espiritual, a misa o algún grupo, casi no tengo tiempo y mi agenda está llena de compromisos, cenas, reuniones y proyectos.