Semejantes

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Mucha gente se atribuye un título que no tiene, deja que otros piensen que es lo que no es.
 
Y así pululan por ahí montones de ‘licenciados’ que jamás se pararon por la universidad, ‘directores de una empresa en la que ni siquiera trabajan; ‘vecinos’ de alguien que ni vive allí; ‘compadres de Fulano’, a los que Fulano ni siquiera conoce; ‘amigas del alma de Perengana’ de las que Perengana no ha oído ni hablar.
 
Recuerdo en una vez, en un instituto en el que trabajaba, hubo una conferencia en la que me tocaba presentar en el micrófono a los ponentes, y a última hora llegó apresuradamente una de las participantes, me arrebató la tarjeta en la que tenía escrito su nombre y los títulos que decía tener, tachoneó varios, explicándome que había llegado la persona a la que en verdad le pertenecían.
 
En estos tiempos en que mucha gente cree que tiene que mentir para presumir, abultar su currículum para apantallar, darse aires que no tiene ni abanicándose, ¡qué tranquilizadora seguridad podemos sentir al escuchar lo que nos dice san Juan en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este Cuarto Domingo de Pascua! (ver 1Jn 3, 1-2).
 
Dice: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos.”
 
¡¡No sólo nos llamamos sino lo somos!!
 
Aquí no estamos asumiendo títulos que no nos corresponden, no estamos ‘faroleando’, cuando decimos que somos hijos de Dios es porque ¡en verdad lo somos!
 
¡Qué grande es saber que tenemos por Padre a Dios! Y que ello no se debe a nuestros méritos, (porque si así fuera, ya nos hubiera desheredado!), sino que es “por el gran amor que nos ha tenido”.
 
Y dice algo muy significativo, que “aún no se nos ha manifestado”, pero que “cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él”.
 
Últimamente he estado leyendo un Comentario Antiguo de Sagrada Escritura, que un amigo digitalizó y gentilmente me compartió, y en el que Orígenes (185-254), uno de los llamados Padres de la Iglesia, comenta que en el relato del Génesis, cuando se habla de la creación del ser humano, dice:“Y dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gen 1, 26), y más adelante dice: “Creó, pues, Dios al ser humano, a imagen Suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó” (Gen 1, 27), y hace notar que esta vez sólo menciona lo de la imagen y no lo de la semejanza. Explica que se debe a que la imagen de Dios la recibimos en la creación, pero la semejanza la alcanzaremos sólo en la consumación.
 
Como quien dice, la primera nos fue dada, y la segunda tenemos que empeñarnos en alcanzarla, con la gracia de Dios, esforzándonos en asemejarnos al Señor en el perdón, la compasión, la verdad, la justicia, el amor...
 
Por eso san Pablo pide que tengamos “los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2, 5), y que seamos “imitadores de Dios, como hijos queridos” (Ef 5, 1).
 
Así que tenemos la inmensa alegría de no sólo llamarnos sino ser hijos de Dios, pero no hemos de conformarnos con eso. Así como un niño que imita en todo a su papá y quiere ser como él cuando sean grande, así nosotros, que somos niños del Padre, hemos de querer asemejarnos a Él en amor, en paciencia, en misericordia, en perdón, en verdad, en caridad.
 
Y aunque sabemos que en este mundo jamás lograremos una perfecta semejanza, es la meta hacia la que nos encaminamos, y llegar a alcanzarla, en la vida eterna, es nuestra esperanza.

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