Sí reiterado

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boda de caná

¡Qué contraste y qué impresión tan espantosa!
 
Llevando feliz, en brazos, a su precioso bebé, el recién nacido Niño Jesús, María tuvo, de pronto, una terrible visión en la que vio claramente lo que su Hijo padecería en el Calvario.
 
Esto se lo reveló la propia Virgen a santa Teresa de Ávila.
 
Le dijo que cuando Ella y José llevaron a presentar al Niño al Templo, a los cuarenta días de nacido, y el anciano Simeón le profetizó que “una espada te atravesará el alma” (Lc 2. 35), Ella vio en su alma, con detalle, todos y cada uno de los sufrimientos de Jesús en Su Pasión y Muerte.
 
¿Te imaginas que estremecimiento de horror la ha de haber recorrido de pies a cabeza? Y sin embargo san Lucas no relata que Ella hubiera tenido alguna reacción a las palabras de Simeón. No dice que haya palidecido, llorado, gritado; no dice que haya dejado al Niño en brazos de José y haya corrido a postrarse en oración para suplicarle a Dios que no permitiera aquello.
 
Se mantuvo serena, humilde, sin pretensión de exigir nada ni de cambiar nada, auténticamente esclava del Señor. Y aunque no permitió que aquél anuncio de lo que habría de pasar, le amargara al vida, de seguro nunca lo pudo olvidar.
 
Recuerdo esto porque el Evangelio que se proclama este domingo en Misa, (ver Jn 2, 1-11), narra que hubo una boda a la que asistió la madre de Jesús. Que también asistió Él con Sus discípulos. Y que, como faltó el vino, María (que sin duda era muy sensible para captar cuando alguien estaba preocupado o tenía alguna necesidad, e intervenía, para ayudar), le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino” y que “Jesús le contestó: ‘Mujer, ¿qué podemos hacer Tú y Yo? Todavía no llega Mi hora’...”
 
Mi hora. María sabía perfectamente a qué hora se refería Jesús. A la hora fatal en que se cumpliría lo que Ella vio en aquella visión, treinta y tres años atrás.
 
Los imagino a los dos, mirándose intensamente a los ojos. Él, dándole oportunidad de quedarse callada y posponer aunque sea un poquito más, la llegada de esa temida hora. Élla, sabiendo perfectamente lo que ésta implica, eligiendo, con todo el dolor, pero también con todo el amor de su corazón de Madre de Jesús y Madre nuestra, no retrasar ni un segundo la llegada de esa hora que nos traería la salvación. Así que, con notable entereza, se levantó, dijo a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga”, y Jesús realizó el primero de Sus milagros., en Caná de Galilea.
 
Los hermanos separados, que en su afán por deslindarse de su herencia católica, se deslindaron de cualquier rastro de devoción mariana, interpretan este pasaje como un claro signo de que Jesús no tenía en gran aprecio a María, puesto que la llamó ‘Mujer’, y con ello justifican que ellos no la recuerdan para nada, si acaso el día de Navidad, en que leen en el Evangelio de san Lucas, que María dio a luz a Jesús.
 
Pasan por alto que Jesús cumplió los diez mandamientos, uno de los cuales es: ‘honrarás a tu padre y a tu madre’, así que es un disparate pensar que tratara mal a Su Madre.
 
Pero, sobre todo, ignoran algo fundamental: Que muchos de los personajes y sucesos que aparecen en la Biblia en el Antiguo Testamento, son ‘tipos’, ‘figuras’, ‘anuncios’, de personas y sucesos de los que se nos hablará en el Nuevo Testamento.
 
Así, por ejemplo, Eva, cuyo nombre significa Mujer, la madre de todos los vivientes, cuya desobediencia trajo como consecuencia el pecado y la muerte, es tipo, figura, anuncio de María, nueva Eva, que hizo lo contrario a lo que hizo la primera; que desde que Jesús nos la encomendó desde la cruz, es Madre nuestra, y cuya obediencia trajo como consecuencia nuestra salvación.
 
Cabe recordar que cuando se narra el pecado de Adán y Eva, Dios anuncia que pondrá enemistad entre la serpiente y la mujer (ver Gen 3, 15). Bueno, pues he aquí a María, la Mujer en la que se cumplen aquellas palabras, la que en su seno llevó al Salvador, que derrotó a la serpiente, al demonio, al engañador.
 
Por eso en este momento clave Jesús la llamó ‘Mujer’. No por desprecio (¡qué locura pensar eso!), sino para resaltar su importante papel en esa hora que estaba a punto de comenzar.
 
Siempre que medito en esta escena, durante el rezo de los Misterios luminosos del Rosario, me conmueve pensar la deferencia y delicadeza de Jesús hacia Su amadísima Madre, a la que le dio oportunidad de reiterar su sí.
 
Y me conmueve que Ella no aprovechó la oportunidad para retener a su Hijo junto a Sí, sino que quiso entregarlo, como lo entregó el Padre, con todo Su amor, para salvarnos.

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