Sin lugar a dudas

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¿Has sentido alguna vez una duda que te ha cimbrado el alma como un terremoto?
¿Pusiste toda tu confianza en alguien o en algo y no resultó como esperabas?
 
Quizá te comprometiste con una persona pensando que sería para toda la vida o dejaste un buen trabajo por otro que parecía mucho mejor, quizá incluso tuviste que irte lejos de tu familia, del lugar donde vivías, y de pronto algo te hizo comenzar a pensar que cometiste un error garrafal, que te equivocaste rotundamente.
Es devastador y deja a quien pasa por esto sintiendo que se quedó, como dicen por ahí, 'colgado de la brocha'.
 
Algo así pudo haberles sucedido a los apóstoles.
 
Conocieron a Jesús, les fascinaron Sus palabras, les cautivó Su mirada, Su actitud; Su coherencia; con emoción consideraron que era el Mesías, el Enviado de Dios prometido por los profetas, y lo dejaron todo por seguirlo. Cierto que quizá algunos imaginen que a Pedro no le costó mucho dejar a su suegra...pero tendrán que reconocer que a Santiago y Andrés sí les habrá costado dejar a su padre, y además una buena posición económica. Pero no les pesó porque la salvación que esperaban trajera el Mesías sobrepasaba con mucho cualquier pérdida o renuncia.
 
Lo veían curar enfermos incurables, calmar tempestades, revivir muertos. Se sentían felices y agradecidos de ser Sus discípulos.
 
Y entonces un día, Él les da una noticia que los deja pasmados y que amenaza con hacer añicos toda la confianza y las esperanzas que tenían puestas en Él. Les anuncia que lo van a rechazar, perseguir y mandar matar los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas.
 
Es un aviso ¡inaudito! Considera esto: Pedro y los demás discípulos eran judíos que toda su vida habían obedecido y respetado lo que decían los jefes de su pueblo. Así les enseñaron sus papás y a éstos sus papás y así por generaciones y generaciones. No les cabía en la cabeza que el Mesías, enviado de parte de Dios a salvar a Su pueblo, pudiera ser rechazado precisamente por sus dirigentes. ¡Tenía que ser un error!, o ¿acaso se habían equivocado al creer en Jesús?.
 
Una terrible grieta comenzó a abrirse resquebrajando su confianza. Cuenta el Evangelio que el propio Pedro respondió: “¡De ningún modo te sucederá eso!” (Mt 16,22), a lo que Jesús le replicó duramente comparándolo con el demonio que quería tentarlo a seguir los criterios del mundo y no los de Dios (ver Mt 16, 23).
 
En ese contexto se sitúa la escena que nos narra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa.
Sabiendo cómo se sienten Sus apóstoles, las dudas y el pesar que albergan en lo hondo de su corazón, Jesús lleva consigo a los tres que son más íntimos, a los primeros que llamó y a quienes les permite acompañarlo en momentos decisivos, sube con ellos al monte (recordemos que a lo largo de la historia del pueblo de Israel, Dios se manifestaba desde un monte) y les da lo que podríamos calificar como una 'probadita de Gloria'.
 
Se transfigura ante ellos: adquiere una luminosidad, un resplandor que no es de este mundo. Entonces a Su lado, conversando con Él aparecen dos personajes, Moisés y Elías, cuya presencia resulta muy significativa.
 
Ver a Moisés, el líder que sacó al pueblo de la esclavitud de Egipto, hablando con Aquel que viene a liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte; a Moisés, que recibió de Dios las tablas de la ley, hablando con Aquel que viene a proponer una ley perfecta, la del amor; a Moisés, cuyo rostro resplandecía cuando hablaba con Dios en el monte, hablando con Aquel que es la fuente de ese resplandor, con Aquel que es la Luz del mundo, y ver a Elías, que representa a todos los profetas, a aquéllos enviados de parte de Dios, hablando con Aquél en Quien se cumplen todas las promesas anunciadas desde antiguo, sin duda fortalece la confianza de los cuatro apóstoles.
 
Qué importa que los expertos en la ley de Moisés vayan a rechazar a su Maestro, si ¡el propio Moisés lo apoya!; qué importa que los expertos en las profecías quieran matarlo, si ¡el profeta Elías en persona respalda Sus palabras!
 
Esta escena extraordinaria, conocida como la 'Transfiguración' ofrece un tremendo consuelo a los apóstoles.
 
¡Ay, los apapachos de Dios! Quien los experimenta quisiera quedarse acurrucado ahí para siempre. Tal vez por eso Pedro propone construir unas chozas. Le parece que ahí en el monte todo es perfecto, luminoso, pacífico, una realidad ideal en la cual sería gratísimo permanecer.
 
Pero la vida del creyente no es evasión sino inserción en un mundo que está muy lejos de ser celestial. Y hay que bajar a él y hacer lo que se pueda para edificar allí el Reino de Dios.
 
Los apóstoles son envueltos por una nube (recordemos que en el camino por el desierto hacia la tierra prometida, Dios se manifestaba y les mostraba el camino entre nubes) y se escucha la voz del Padre, ¡mayor aval no podía haber! Y lo que dice prueba, por encima de toda duda, que Jesús no es sólo un líder como Moisés, ni un gran profeta como Elías, ni siquiera un hombre especial como creían que sería el Mesías, es nada menos que Su Hijo amadísimo en Quien tiene Sus complacencias (ver Mt 17,5) y por eso les pide algo muy importante: que lo escuchen.
 
El primer mandamiento de la ley judía era el 'Shemá Israel', 'escucha, Israel'. La nueva ley del nuevo pueblo de Dios consiste también en escuchar, ahora a Jesús, Dios hecho Hombre. Escucha que implica un seguimiento al que no hay que temer y del que no hay que dudar, aun cuando se sufran dificultades; no hay que olvidar que cuando Jesús anunció que sería rechazado y matado, también anunció que resucitaría.
 
Los apóstoles se atoraron en lo primero, les dio miedo y pasaron por alto lo segundo. Nosotros tengámoslo siempre presente, especialmente en este tiempo de Cuaresma, porque nos encaminamos a conmemorar no sólo el Viernes Santo, sino ¡la Pascua!
 
Con Jesús se tiene la certeza de que se sigue a Aquel que no sólo no defrauda sino que ofrece como recompensa la dicha eterna. Podemos equivocarnos al confiar en las cosas de este mundo, pero jamás nos equivocaremos si escuchamos y seguimos a Jesús, Hijo Amadísimo del Padre.
 
(del libro de Alejandra Ma. Sosa E ‘Caminar sobre las aguas’, Col. La Palabra ilumina tu vida, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 48).

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