Con frecuencia se considera al hecho de tener fe como si se tratara de una cuestión mágica, seguramente por tratarse de algo intangible y muy personal, además de subjetivo se malentiende en ocasiones que quienes tienen fe, adquieren ciertos “dones” y hasta cierto “poder”.
Muchos creyentes buscan la fe como si se tratara de una ventaja sobre los demás. Nada más lejano de la realidad, ya que la fe no es algo con lo que se pueda “hacer” o “recibir” algo mágico.
La fe se construye desde el amor y adhesión al proyecto de Dios, se trata de seguir a la persona de Jesús, sus enseñanzas, su conocimiento, sus causas y razones, eso sí puede definirse como tener fe.
El conocimiento alimenta la fe, pero una fe sin obras es estéril, no lleva a ningún lado, fe sin acciones no conduce a ningún lugar. La fe no son sólo palabras, la fe que compartía Jesús fue activa, es decir, hacer por los demás, jamás para acumular, nunca para guardar, se trata de fe que transforma corazones: “Una fe vivida, da vida”.
Tampoco se trata de creer en Dios, más bien se trata de creerle a Dios, tener la firme y plena seguridad del Reino de Dios, compartirlo y ser testigos como Jesús nos pide.
De esta forma y de manera clara comprenderemos el verdadero sentido de la Doctrina Social de la Iglesia la cual es ayudar, acompañar, acoger, amar y aceptar a nuestros hermanos, especialmente los más necesitados.
“La verdadera fe transforma vidas”.
No podemos ser las mismas personas, la fe debe impactar en nosotros mismos y en nuestras acciones, es creerle a Jesucristo y vivir su palabra, su proyecto, sus objetivos, siempre con los pobres, necesitados y los enfermos.
Tener fe es un acto de valentía y convicción, no apto para quienes desean ser reconocidos o exaltados, más bien, se trata de humildad donde el amor crezca y nuestra presencia disminuya.