Una falsa dicotomía: Creyentes y no creyentes

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Francesc Torralba es un filósofo y teólogo de origen español, quien tiene a su cargo la cátedra de Ética en la Universidad Ramon Llull, en Barcelona. Se ha consolidado como una autoridad en el campo de la ética aplicada y de la cultura cristiana, lo cual le valió para ser elegido por Benedicto XVI como miembro del Consejo Pontificio de la Cultura. La Editorial PPC ha reconocido su esfuerzo intelectual y su trabajo académico mediante la publicación de un gran número de sus obra, entre ellas, Pedagogía del sentido (1997), El silencio: un reto educativo (2001), Sobre la hospitalidad. Extraños y vulnerables como tú (2003), ¿Es posible otro mundo? (2003), El civismo planetario a mis hijos (2006), “No olvidéis la hospitalidad” (2011), Jesucristo 2.0 (2012) y, recientemente, “Creyentes y No Creyentes en Tierra de Nadie” (2013). Esta obra, de la cual se habla a continuación, ha acaparado la atención de las autoridades intelectuales de la Iglesia Católica, como el caso del Cardenal Gianfranco Ravasi, quien decidió escribir el prólogo de la obra.

Una actitud dialogante es una primicia que Francesc Torralba presenta como condición de posibilidad para un acercamiento fructífero entre las creencias laicas y las creencias religiosas. Por una influencia maniquea, nuestro lenguaje se ha basado en una falsa dicotomía: creyentes y no creyentes. Este lenguaje se ha vuelto muy usual; sin embargo, realizar este tipo de distinciones tiene connotaciones espirituales y morales que no resultan adecuadas para una maduración de la fe. Sería lo mismo que trazar una frontera separatista entre píos e impíos.

El lenguaje del creyente debiera ser un lenguaje que invite al diálogo, o mejor aún, que pinte fielmente la realidad con el fin de expresarla de la forma más amorosa posible. El lenguaje debiera ser un instrumento que ayude al individuo a poder definir con claridad, de forma que continuar con la aseveración de que alguno es un “no creyente” por no compartir nuestras creencias religiosas resulta impreciso en tanto que, incluso quienes niegan a Dios, manifiestan otro tipo de creencias a las que denominamos “creencias laicas”.

Por lo anterior, Torralba acierta al postular que el lenguaje debe buscar los puntos de unión entre los creyentes religiosos y los creyentes laicos. Muchos creyentes niegan al Dios que los mismos ateos niegan, de manera que incluso en el creyente se siembra y cultiva una buena dosis de ateísmo. Tal parece que dicha dosis de ateísmo se vuelve indispensable para la práctica de una sana creencia religiosa. El creyente es capaz de negar ciertas características o atribuciones de Dios, con el fin de acercarse a aquel Dios que está más allá de una idea, tal como el filósofo Emmanuel Lévinas afirmaba.

Se trata, también, de una invitación seria para madurar en la creencia religiosa, sabiendo que la vida espiritual a la que todo creyente está llamado, se mueve entre el enigma y la paradoja. Dialogar con los creyentes laicos y asumir dichas creencias laicas en la vida espiritual, asumiendo que la creencia es una característica de la condición humana. Así pues, dialogar implica una condición humanizante y una actitud humilde al considerar no sólo la forma en los “creyentes” hemos decidido llamar al resto como “no creyentes”, sino a abrir nuestros oídos a la forma que tal vez hemos sido llamados por ellos para encontrar los puntos en común, o las creencias comunes que nos lleven a un trabajo fructífero humana y espiritualmente.

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