Una Iglesia de comunión en tiempos de coronavirus

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Estamos viviendo una crisis mundial por el Coronavirus/COVID19. Todas las naciones con sus autoridades queremos hacer frente a esta crisis con prudencia, ciencia, solidaridad, asumiendo las medidas sanitarias necesarias de corresponsabilidad social. Como cristianos y en Iglesia, también deseamos a la luz de la fe escuchar la voz de Dios en este momento histórico.

Creo que una primera lección que aprendemos de esta crisis es el reconocimiento de nuestra fragilidad y vulnerabilidad como personas y como sociedad. Ningún pueblo puede gloriarse ahora de ser una potencia económica o política; a todos nos ha llegado el flagelo del virus, de la enfermedad, de la impotencia, de las muertes… En poco tiempo, el virus ha echado abajo planes, proyectos, políticas, por más pensados y consistentes que fueran, y hemos tenido que repensar y reorganizar nuestras vida y afrontar la crisis de salud. Hemos de aprender humildad, y reconocer que nos necesitamos unos a otros, sin diferencias sociales, económicas, culturales, raciales, -y todas las diferencias que los hombres creamos-, y que no somos los dueños del mundo y la naturaleza. En el futuro cercano habremos de meditar esta lección y ver qué sigue en nuestra manera de vernos y relacionarnos como pueblos en una “casa común”; y “aceptar el mundo como sacramento de comunión con Dios y con el prójimo en una escala global”, como ha citado el Papa Francisco al Patriarca Ecuménico Bartolomé, en la Encíclica Laudato si’ (L.S. núm. 9), y al recordarnos “que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (L.S. 70).

Como Iglesia nos reconocemos seres en comunión: con Dios, con los demás, con el mundo, y llamados a trabajar en esa misión: “La Iglesia es comunión en el amor. Ésta es su esencia y el signo por el cual está llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad” (Doc. de Aparecida, 161).  Creemos en la verdad proclamada por san Pablo apóstol: “Somos miembros unos de otros” (Efe 4, 25). Como comunicadores y evangelizadores sabemos que el propósito de la comunicación en la Iglesia es precisamente la comunión; por ello, en esta crisis actual hemos de trabajar en esa dirección. Deseo pensar con ustedes algunas formas de hacerlo.

Con más fuerza hoy, y en medio del aislamiento sanitario, necesitamos que nuestras redes sociales promuevan las relaciones y los encuentros virtuales entre personas y comunidades, la información clara y verdadera, los intercambios de esa información y no de noticias falsas o manipuladas o de terrorismo verbal;  necesitamos que las comunidades eclesiales abran en los medios digitales espacios de conversación, escucha, acompañamiento, apoyo, oración, celebraciones de fe, ayudas solidarias a pobres, ancianos y enfermos;  necesitamos la comunicación de tantos que han estado con amor al lado de los que padecen;  la comunicación de noticias y de historias que transmitan  esperanza y aliento, y que aminoren la tristeza y el duelo.

Con las disposiciones sanitarias actuales de mantenernos recluidos en casa, y de trabajar así, podemos ayudar a valorar cuánto nos necesitamos unos a otros y cuánto somos seres creados para la relación y la comunicación. Y pensar cómo podemos hacer viva esta relación por diversos medios digitales. El que ahora no pueda darse con una presencia física, con muchas personas, ha de movernos también a reforzar nuestra esperanza del reencuentro, de los abrazos, de la convivencia cercana; del deseo de  experimentar una comunidad  presencial y de imaginar creativamente cómo podemos construir una comunidad eclesial más viva.  Pero también es bueno darnos ahora espacios personales  para orar, meditar,  para retomar la propia vida, repensar el sentido de lo que hacemos y cómo lo hacemos, y  atrevernos a soñar lo que ha de venir cuando termine la emergencia.

La comunión que somos como humanos tiene su fuente y origen en el Dios Comunión y Trinidad en quien creemos. El momento histórico que vivimos nos ayuda mucho a experimentarnos unidos a Dios, con confianza fuerte en él, con el reconocimiento de su amor compasivo por toda la humanidad, con la paz que sólo él puede darnos;  para  no dar lugar al miedo o al juicio, o a una creencia de culpas, castigos y malos augurios.  Este tiempo  nos invita a  reconocernos agradecidos a Dios,  por la vida y por las personas que él nos ha regalado, y por las que ya no están; con la fe de que en la vida y en la muerte somos de él,  con la esperanza de que él ilumina el futuro nuevo que nos quiere ofrecer y que también nosotros podemos imaginar y recrear. Cuando pase esta crisis, hemos de retomar qué aprendimos y por dónde quiere Dios que sigamos haciendo una vida de comunión entre todos y con todos. Y entonces nos volveremos a abrazar en el gozo del encuentro y de un aire nuevo.

 

Luis García Orso, S.J.

México, marzo 24 de 2020

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