
Dios nunca nos abandona, tenemos pruebas de su inmensa bondad.
Un día que jamás olvidaré y que recuerdo con mucho amor, fue la vez que escuchamos el sonido de la campanita que nos indicaba la hora de la comida, es la señal para reunirnos en el comedor, siempre lo hacemos en silencio. Todas nos colocamos de pie en torno a la mesa y mis veinte hermanas comenzaron a cantar; esa ocasión nuestra alabanza sonó diferente, la percibí distinta, me agradó mucho, probablemente fue porque teníamos hambre; todas habíamos trabajado muy duro esa semana.
Nos sentamos y entonces agradecimos los alimentos como lo hizo nuestro hermano San Francisco de Asís, con humildad y amor. Esperamos que de la cocina saliera la comida, pero no salió, nuestros platos permanecieron vacíos, nuestros estómagos pedían alimento haciendo ruidos extraños. Así pasaron más de quince minutos y la puerta de la cocina no se abrió, ni siquiera se escuchaba el tradicional ruido de cacerolas y cucharas, poco después lo comprendí, no era ninguna tardanza, ni complicaciones con mis hermanas en la preparación de algo, Dios nos había invitado a un festín espiritual, ese día no hubo comida para nosotras. La hora se cumplió y nuestros platos permanecieron vacíos, todas nos levantamos y dimos gracias a Dios por los alimentos, por estar en su presencia, por la vida y por todas las cosas buenas que nos había dado, también agradecimos por las tristezas y por el hambre en el mundo, nos levantamos y continuamos con nuestras labores.
Somos monjas de clausura y nuestras restricciones para salir a la calle son muy claras, así que el problema no era tan sencillo de resolver, cualquier persona en nuestras condiciones hubiera salido a conseguir un poco de alimento y asunto arreglado, nosotras no. Mis hermanas que ese día fueron las responsables de la cocina lloraron porque no hubo nada que nos pudieran ofrecer. Dios limpió sus lágrimas con un pañuelo muy fino y es que por la tarde sucedió algo especial. Tocaron la puerta del monasterio y providencialmente apareció una gran canasta con alimentos cubiertos con un paño muy delicado, nunca supimos quien había sido responsable de tan maravilloso obsequio y esa noche agradecimos lo bueno que es Dios con nosotras, Él conoce lo que necesitamos y no nos abandona. Nosotras no ambicionamos nada, ya que hemos hecho un voto de pobreza, con el que debemos vivir y disfrutar la vida con sencillez, sin embargo, reconocemos que el dinero es necesario para alcanzar ciertos objetivos.
En mis cincuenta años como religiosa, jamás hemos tenido dinero de sobra para nada y es que las promesas de Dios se cumplen cuando las personas somos coherentes con su palabra. Las necesidades materiales siempre son muchas, pero nuestro Señor sabe nuestras prioridades, conoce las necesidades de la comunidad y a veces sufrimos lo necesario y es que seguir a Dios es un dulce sufrimiento. Si este testimonio puede servirle a alguien, quisiera decirle a la gente que deje de pensar tanto en el dinero y en los bienes materiales, que no se preocupen tanto por eso y que se dediquen a disfrutar lo que tienen. He conocido a muchas personas que han dedicado su vida entera a hacer riquezas, al final terminan enfermos, eso sí, con mucho dinero, pero con todo lo que tienen no pueden comprar lo más importante que es la salud, eso es muy triste.
Casi siempre la gente que tiene mucho dinero vive en soledad; desde mi humilde punto de vista, creo que desperdiciaron su vida, que realmente no la vivieron y me gustaría dejar claro que de ninguna manera es una visión mediocre, estoy de acuerdo que la gente se supere y se dé ciertos gustos. Despilfarrarlo en placeres refinados, me parece innecesario, un sencillo ejemplo: ¿qué, pero le ponen a un vaso con agua simple a la hora de comer? Además de que es saludable, nos hace tanto bien. Estoy segura que más de una persona se ha gastado verdaderas fortunas en bebidas que ni siquiera benefician su salud.
La oración es nuestro impulso de todos los días, no hay actividad que realicemos sin dedicarla a nuestro Padre del Cielo y desde este monasterio oramos por las necesidades de la humanidad.