Usted me va a enterrar

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Me acabo de ordenar como sacerdote, estoy feliz. La vida es tan maravillosa y servir es lo mejor que le puede pasar a un ser humano, no sé porque muchas personas aún no lo han descubierto. La siguiente anécdota me ha marcado por siempre y es que entre las primeras actividades que realicé fue visitar el asilo, confesar, celebrar misa, llevar la comunión a los enfermos y sobre todo compartir la alegría con nuestros hermanos que viven ahí. Aún recuerdo su cara angelical, pequeña de estatura, pero brillaba su sonrisa de una forma especial, me lo dijo casi en susurro: – Usted me va a enterrar. No hice ningún comentario, pensé que se trataba de una frase hecha sin mayor trascendencia. Estuve visitando el asilo durante muchos meses más y ella al final de la jornada se acercaba lentamente a mí como quien se va a despedir y me recordaba una vez más que sería yo quien la iba a enterrar. Mi respuesta comenzó a ser cada vez menos seria: –Angelita ¿Por qué piensa en el entierro? Mejor disfrute cada día. Recuerdo que una vez le dije:  – No me diga que ya está buscando el clavito… para colgar los tenis. Ella se rio como nunca, se alejó recordándome que yo la enterraría y que no me asustara.

En ese tiempo comencé con mis clases de manejo, actividad que requiere mucha concentración cuando la mayor parte del tiempo la pasé en el seminario alejado de señales viales, vías rápidas, peatones y demás. Por primera vez llegué al asilo conduciendo, todavía con la emoción de estacionar la camioneta, toqué como de costumbre y abrieron la puerta principal, me recibieron con una mala noticia.

Había fallecido Angelita, necesitaban llevar su cuerpo a la funeraria y providencialmente llegaba yo con una camioneta ¡…! Me pidieron de favor que llevara el cuerpo a la funeraria; por supuesto que no me negué, acepté y en minutos quité los asientos traseros y ya estaba metiendo el cuerpo de Angelita a la camioneta. Nadie me acompañaría, solo el cuerpo de ella y yo. Reconozco que como sacerdote estamos preparados para muchas cosas, pero esto era un poco extraño, mientras conducía una sensación rara me invadió, comencé a pensar:     –Angelita no se vaya a despertar. En cada semáforo recordaba su mirada alegre y la sentencia que nunca faltó: –Usted me va a enterrar. Mezcla de emociones, tristeza, miedo, estaba frente al presagio de una mujer que acaba de entregar su alma a Dios y parecía que lo había calculado todo. Yo conduciendo y ella atrás.

Nervios, sudor, flaqueza humana, no sé en qué momento aceleré, lo que recuerdo fue el llamado fuerte de la sirena, una patrulla me pedía orillarme, miré el velocímetro y efectivamente, estaba excediendo el límite permitido. Bajé de la camioneta con los nervios de punta al recordar que no traía licencia y para colmo llevaba el cuerpo de una mujer sin acta de defunción ¡…!

El policía me observó y en voz alta dijo: – ¡Padre! No sabía que le gustara tanto la velocidad. Respondí con una tranquilidad sublime: –Es que tengo prisa, me urge llegar. Dentro de la camioneta comencé a hablar con Angelita: –Ya me sacaste otro “sustote” mujer. Llegamos a la funeraria y una vez más la providencia se hizo presente ya que el encargado me comentó: –Nos cayó del cielo Padre, ¿usted podría celebrar la misa de cuerpo presente? Es que no encontramos al sacerdote.

Así fue como ayudé en su entierro, estuve acompañándola en su último viaje terrenal. Angelita lo pidió, fue escuchada. Después de pronunciar: –Y luzca para ella la luz perpetua. Recordé una vez más su petición: –Usted me va a enterrar, Dios lo sabe.

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