no tengo tiempo

Creo que muy pocas personas podrían soportar lo que yo he tenido que vivir, lo perdí todo. ¿Qué hace un hombre cuando en su vida se enfrenta a las más grandes pérdidas? No buscaba nada especial, quería tener una familia y disfrutarla; sin embargo, las circunstancias fueron cambiando y aun no entiendo por qué. Les contaré brevemente mi historia porque casi no tengo tiempo para nada, soy un hombre muy ocupado y cada segundo que pasa me cuesta mucho dinero. Yo viajaba constantemente, realmente nunca supe en que momento sucedió, mi esposa me abandonó. Un día abrí la puerta de casa, mi esposa y nuestra hija no se encontraban, recuerdo que era un fin de semana y esperaba verles, así habíamos quedado el jueves anterior; pero no estuvieron, la casa no era la misma y me di cuenta que faltaban cosas. Inmediatamente traté de comunicarme con ellas, pero nadie me pudo dar razón, no dejaron ninguna nota. Mi temor creció al darme cuenta que efectivamente se habían llevado todo, pensé que algún ladrón hubiera podido entrar, pero descarté la idea cuando entré a la habitación de nuestra única hija pequeña y no encontré mueble alguno. Definitivamente se habían mudado y no me lo dijeron, ahí me enfrenté a la primera de mis pérdidas, mi esposa y mi hija se estaban escondiendo de mí.

¿Por dónde se comienza a buscar?  De un día a otro desaparecieron sin dejar dirección, sin dar una explicación. Llamé a la policía, contacté con la familia más cercana y nada. Las horas pasaron y los días comenzaron a avanzar, es una angustia que no se la deseo a nadie. Dos semanas después llamó mi esposa por teléfono, me explicó que estaba en trámite el divorcio y que en unos días llegarían los documentos, después colgó. Quise creer que todo era una broma, que no era cierto lo que me estaba sucediendo, que las cosas se arreglarían y que era cuestión de tiempo. A los pocos días recibí los documentos notificándome acerca del divorcio, en cuanto los leí destrocé las hojas, era verdad. El mismo día recibí una llamada en la que me indicaban que la empresa en la que trabajaba se declaraba en quiebra y al ser una empresa familiar mis condiciones laborales siempre fueron sin contrato y de palabra, es decir, ya no tenía nada.

Seguía sin poderme comunicarme con mi esposa y con mi hija, necesitaba una explicación de lo que estaba sucediendo, además tenía que pagar las deudas adquiridas; en ese momento sentí tanta soledad, miedo, rabia, tristeza, me preguntaba ¿por qué a mí? Comencé a vivir con mis pensamientos y viendo como mis pocos ahorros se consumían, buscaba soluciones, ideaba planes que nunca se llevaban a cabo. La desesperación me llevó al extremo y a pensar en la salida más fácil, quise acabar con mi vida, pensé que las cosas serían más sencillas si me arrojaba a las vías del metro y acababa de una vez por todas con mi vida. Tenía tantos problemas y estaba tan ocupado tratando de resolverlos que ni siquiera tuve tiempo para pensar en Dios. Ese mismo año falleció mi madre.

Divorciado, sin hija, sin trabajo y sin mi madre, se me había acabado el poco deseo de vivir. Es cierto que no hay mal que dure cien años, pero vivir diez años en soledad es realmente triste, mi carácter se modificó, dejé de sonreír y en mi mente tenía un solo objetivo: hacer dinero. Me dediqué en cuerpo y alma a trabajar, a salir adelante, sin descanso. Al cabo de los años logré mi objetivo, tener mi propia empresa, ahora mi cabeza siempre está pensando en la manera de hacer más riqueza, de invertir y ganar. Tengo un vacío muy grande y aunque he logrado lo que todo hombre desea, una posición económica estable y riquezas, soy un hombre de negocios, siempre muy ocupado, tanto que no he tenido el tiempo para pensar en Dios.

“El Señor está arriba, pero se fija en el sencillo, y reconoce desde lejos al soberbio”. 
Salmo 138 (137)